Sine die

Ismael Yebra

Discurso de la verdad

POCAS veces un lector se puede sentir tan satisfecho como me quedé yo el pasado domingo tras leer la entrevista que Luis Sánchez-Moliní dedicó a José Antonio Gómez Marín en su sección El rastro de la fama. En los tiempos que corren en los que los focos de la noticia se centran en personajes y personajillos de variada calaña, siempre rozando la zafiedad y la necedad, el hecho de elegir al entrevistado es de por sí un acierto.

Descubrir a estas alturas a tan preclara mente onubense es innecesario. Son muchos los años de estudio y docencia universitaria, de militancia activa en favor de la democracia y de actividad periodística los que le avalan, con una trayectoria intachable, nada dudosa, y un cuidado distanciamiento respecto al poder. Llevaba razón Václav Havel al decir que el hecho de que un intelectual se sitúe del lado de los poderosos es, cuando menos, sospechoso.

En los momentos actuales, sujetos a la dictadura de lo políticamente correcto, decir lo que se piensa en lugar de lo que conviene que se oiga, es un acto de gran valor moral y de una ética insobornable que raya en la temeridad. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que escucha, es más, difícilmente se puede coincidir en todo, pero el hecho de que alguien se salga del guión establecido es digno de elogio. El espíritu de la Ilustración que Gómez Marín encarna a la perfección no parece haber dejado huella alguna en la sociedad española del siglo XXI. Los políticos repiten las consignas dadas como papagayos, muchos de los considerados líderes de opinión siguen ciegamente las directrices del medio que les paga, en tanto la población permanece adocenada y entretenida, anestesiada bajo grandes dosis de concursos infantiloides y espectáculos deportivos.

La mediocridad de los políticos en activo, la vaguedad de su discurso, la cortedad de miras más allá de su entorno agradecido, la desmitificación de algunos personajes de la Transición que fueron poco más que oportunistas que supieron sacar provecho del momento. Por más inri, quien fue militante comunista en la clandestinidad, se confiesa actualmente creyente. Y esto tiene aún más valor. Con el derecho que a todo el mundo le asiste a manifestar sus creencias o no, esto le engrandece en un tiempo en el que lo que viste es ir por la vida de lo contrario. Pero eso es ser un progre y Gómez Marín no es eso, sino un auténtico intelectual.

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