Doble asco

Estoy conforme con las filípicas pero podrían echárnoslas con un poquito más de coherencia

Escapa a mis intereses el escándalo de Harvey Weinstein, productor aclamado y acosador sexual. En estos casos no veo nada que opinar más allá de exigir la aplicación inmediata del Código Penal, que es lo que pido para Puigdemont, aunque ésa sea otra historia.

Si hoy cambio mi criterio de no meterme a glosar delitos, no es, como podría maliciarse alguno, porque Weinstein fuese el mayor donante de dinero para el Partido Demócrata, y quiera aprovechar la ocasión para desgastar a la progresía mundial. El dinero no huele, como dijo el romano, y es injusto desprestigiar a nadie por las actividades más o menos secretas de sus benefactores. Por otra parte, Hillary Clinton y el Partido Demócrata ya se desprestigian solos con sus cositas. Lo que ha traído a mi columna al repugnante Harvey Weinstein es verlo en una foto manifestándose hace unos meses tan ufano contra el sexismo de Trump. ¡Contra el sexismo! ¡Él, que abusó durante años de chicas y más chicas!

Ese delito, no, por suerte; pero esa hipocresía es más común de lo que parece. De una manera no criminal, más bien bufa, están los campeones del ecologismo yendo en reactores privados de mansiones de lujo a congresos híper-iluminados. Y aquí mismo tenemos a Ramón Espinar bebiendo coca-colas a pares mientras pedía un boicot a Coca-Cola, o presumiendo de hijo de obrero y de familia a la quinta pregunta cuando su padre tenía que responder a bastantes de ellas por las tarjetas black. Quiero recalcar que nada de esto es ni de lejos tan repugnante como lo de Harvey Weinstein. Apenas coinciden en la doble moral.

Pero la doble moral tiene doble fondo. Por un lado, fastidia lo que tiene de engaño, claro, y, por el lado oscuro, implica, además, un desfondamiento de la bondad que pudiera tener la causa defendida, a la que se arrastra por el fango. No sólo se engaña, sino que se enmaraña.

Ojalá fuésemos implacables con esta práctica. La Iglesia Católica, que, si no por santa, sí por vieja, sabe latín, exige que el que va a soltarnos una homilía entone antes y ante todos el "Yo pecador". Estamos saturados de ejemplares ejemplarizantes, de códigos de lo políticamente correcto, de moralejas modernas y de discursos edulcorados. Un remedio expeditivo sería exigir que sólo nos pudieran echar sus filípicas quienes tuviesen una vida privada conforme a sus prédicas políticas. Conseguiríamos, al menos, unos niveles de silencio prodigiosos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios