Tenía escrito mi artículo para hoy. De política, como piden estos tiempos idiotas. Sin embargo, no se me va de la cabeza la muerte de la niña de Madrid que se quedó en el coche por un despiste de su padre. Pienso que no sería honrado, si os escribo siempre con el corazón en la mano, fingir que hoy me preocupa cualquier otra cosa.

En el mundo hay muchas desgracias, lo sabemos, pero ésta me ha afectado más, quizá porque yo soy muy despistado, y este verano me dejé a la perra en el coche y la salvó que en julio el calentamiento global nos dio un respiro, y otras veces he olvidado que me tocaba recoger a mis hijos en la parada del autobús o tantas otras cosas que saben mis compañeros de trabajo. Dios ha querido que nada fuese grave. Incluso hemos echado algunas risas sobre los despistes de los poetas y eso. Suspiro ahora por mi suerte, pero me siento muy solidario de la suerte de ese padre.

Convencido de su inocencia y sintiendo, a través de mis hijos, su amor a su niña, no dejo de recitarme, casi como una oración, el verso de Claudio Rodríguez: "El dolor inocente, que es el mayor misterio". Ese dolor inocente también de la madre, de los tres hermanos, de los abuelos… Y sigo refugiándome en la poesía. Mario Quintana escribió una sentida elegía a la muerte de una niña que terminaba diciendo: "De aquélla de cuyas penas/sólo sabrán ya los ángeles". Nos recuerda suavemente que ella no sufrirá más aquí, pero siempre pensé que el poeta brasileño exageraba un poco, porque con los ángeles, ¿qué penas podría tener? Hoy sé que una: la pena por la pena de sus padres; y los ángeles, que sabrán consolarla, también querrían consolarlos a ellos. Es un final de poema sabio y bueno, hermoso, triste, hondo, verdadero.

Hace unos días presenté en Cádiz un libro de aforismos de Luis Rosales y comentamos uno que dice: "La pena fue tan amarga más que por pena por sola". Venía a quitarme la razón, porque antes había puesto yo demasiada esperanza en la literatura, citando a Vicente Gaos: "La vida es dura/ y no hay consuelo./ Saca el pañuelo,/ literatura". Mi interlocutora, primero, y Rosales, después, venían a decir que ningún pañuelo como la compañía y el cariño. Sé que a esos padres y hermanos los acompañan su familia, los amigos, su hija (y ojalá la sientan cuidándoles desde ya), los ángeles… Yo, que no los conozco, quisiera acompañarlos a distancia, con la pena suya que comparto tanto.

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