Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
Su propio afán
El Gobierno abrió una cuenta para que se realizasen donaciones al Estado con las que afrontar los gastos del Covid. Mis respetos, por supuesto, a las personas que han contribuido en el ejercicio de su libertad y con las mejores intenciones. Tanto que, aunque ahora voy a exponer mis reservas (mis reservas intelectuales, no mis ahorros, casi inexistentes), quiero ofrecer el número de cuenta de Hacienda, sin acritud, por si alguno de ustedes no está de acuerdo conmigo: ES17 9000 0001 2002 5001 2346.
Yo no veo decoroso que el mismo que te impone (de ahí el nombre de "impuestos") darle una fortuna en concepto de IVA, IRPF, tasas, IBIs, Sociedades y lo que se encarte, sea el que pase, después de desplumarte, la gorra de la caridad. Naturalmente los enfermos del Covid y los cuidadores lo merecen todo, pero yo canalizaría la ayuda a través de otras instituciones, para evitar, además de la doble imposición, la triple pirueta extractiva. No son sólo reparos estéticos, cuenta también el gasto superfluo del Gobierno que pide luego caridades y su despilfarro gestionando y negociando mal o peor. Se parece bastante al mendigo que se lo gasta luego, no en vino, que tiene un pase y una tradición, sino en Barons de Rothschild.
Como quien dona al Estado ya sabe lo que hay, lamento más otros extremos más oscuros. Que muchos no podamos donar ni a esto -que no querríamos- ni a tantas labores excelsas que ojalá pudiéramos. La presión fiscal ha alcanzado unos niveles que hacen muy difícil que las familias corrientes podamos contribuir a aquellas labores que nos parecen esenciales. Cuando no había un cultivo de la fiscalidad tan intensivo, la gente contribuía voluntariamente a obras de beneficencia. Es más, no se sentía eximida de hacerlo, como ahora, todos tan exhaustos y -esto es lo peor- tan justificados. Eso implicaba: 1) un señorío personal en cuanto que uno era dueño de lo suyo para entregarlo a lo que le pareciese; 2) una especie de democracia fiscal distributiva directa, porque no había intermediarios políticos manejando la pasta.; y 3) una mayor calidad estética de lo construido en nuestros pueblos y ciudades por suscripción popular, fíjense.
Como ese sistema también tenía sus carencias y puntos ciegos, es lógico que el Estado centralice y racionalice los impuestos. Sólo sería deseable más mesura en todos los sentidos; y menos ironía, encima, con la ideíta de las donaciones.
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