Los estados proveedores de salud, educación, seguridad o infraestructuras tienen como ingreso los impuestos: a personas y a sociedades por sus ganancias; a cualquiera por su consumo. Sin los ingresos suficientes, no se pueden cubrir esos gastos. Una persona o empresa está obligada a pagar impuestos donde genera valor, que viene a ser la expresión técnica de donde gana dinero. Valor -palabra abusada por cierta farfolla asociada al emprendimiento y los recursos humanos- es, en plata, aquello por lo que alguien paga un precio: un salario, una minuta, una factura. Sucede que al lugar donde se origina ese acto o transacción objeto de impuestos es algo que, en general, estaba bastante claro en la mayoría de los casos: un territorio; por ejemplo, el Estado español.

Con la mundialización digital, los estados tienen un problema con el cuadre de sus gastos con sus ingresos sus presupuestos públicos: los principales generadores de valor son empresas tecnológicas (Facebook, Google, Amazon, Apple) cuyo rastro fiscal no está claro. ¿Dónde hacen cosas que la gente paga? ¿En las oficinas donde están sus programadores? ¿Con su propiedad intelectual? ¿Dónde está el cliente, sea éste quien sea? ¿En sus contratos con clientes en la sombra, como Cambridge Analytics, que compraba datos de usuarios a Facebook para obtener información relevante con la que orientar campañas electorales? Su cadena de valor es en buena medida intrazable: deja poco rastro o es difícil de ubicar su ganancia con precisión.

Estas compañías se han acostumbrado a que les echen un galgo fiscal… y éste no las alcance. Su rastro de producción y consumo es intricado y difícil de cuantificar. Fueron los nuevos titanes corporativos, las tech, quienes nos captaron a todos e hicieron de ese impacto su negocio, en su mayor parte ajeno al usuario salvo en su condición de público objetivo: usted, a pesar de tener un perfil en Facebook donde cuelga sus fotos y sensibilidades, no es cliente de Facebook. Ni de Google, que le da la gloria de encontrar todo gratis a tiro de clic. El negocio es la intermediación planetaria y los datos. O sea, usted y yo. Es natural que la Unión Europea les pida más contribución a sostener sus territorios comerciales. Montoro, acuciado por la exigencia del PNV para subir las pensiones mucho más de lo que era "imposible", se ha subido a este carro comunitario. Que, por cierto, constituye la nueva patata caliente entre Estados Unidos y el gran aparataje burocrático, político y comercial que tiene capital en Bruselas.

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