Amuchos políticos en activo, la Transición se la han contado. No digamos ya la Guerra Civil. Hace ochenta años que finalizó, pero aún quedan dos décadas para el siglo, que es el tiempo estimado para que un país supere el trauma de un enfrentamiento fraticida de este tipo. Si las transiciones democráticas de Portugal y Grecia fueron menos violentas que la española se debió a que sus dictaduras no vinieron precedidas de una guerra de tres años. La Transición no fue un pacto, fueron cientos de transacciones hechas día a día, mucha grisura, atentados de ETA y de los Grapo, la violencia de ultraderecha y los golpetazos de los elementos más irreductibles de los cuerpos de seguridad del Estado. Y los militares. A raíz de la exhumación de los restos de Franco, un grupo de militares jubilados -algunos en reserva- ha firmado un manifiesto titulado Declaración de respeto y desagravio al general Francisco Franco Bahamonde, soldado de España. Y ha sido suscrito hasta ahora por 700 personas, antiguos servidores de los ejércitos. Si cuarenta años después de muerto, hay 700 viejos militares dispuestos a declararse franquistas, ¿cuántos no habría, entonces? ¿Un pacto? Casi un milagro. Eso fue la Transición, cuyo verdadero motor fue el miedo a repetir una confrontación entre españoles. Y ahora que vengan a contárnoslo quienes lo han leído en los libros.

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