Egiptomanía

En unos días habrán pasado doscientos años desde el desciframiento de la escritura jeroglífica

En unos días habrán pasado doscientos años desde el desciframiento de la escritura jeroglífica por Jean-François Champollion, cuando los intrincados grabados sacros que durante siglos habían dado lugar a toda suerte de interpretaciones especulativas, entre las que destacaron las del sabio y fantasioso Athanasius Kircher, revelaron al fin su significado oculto. En razón de su curiosidad universal e insaciable, el inquieto jesuita alemán, estudioso del copto -último estadio de la lengua egipcia antigua, que aún pervive como idioma litúrgico de las viejas iglesias cristianas en lo que fue el país de los faraones- y no menos científico que fabulador y medio mago, ha sido comparado por Ignacio Gómez de Liaño con los arrojados exploradores transoceánicos que en su mismo siglo XVII se propusieron llegar a todas las regiones del globo. Sería también una expedición, como es fama, la del joven Bonaparte en las postrimerías del XVIII, la que propició el hallazgo de la piedra de Rosetta, nombre con el que los franceses llamaron a la ciudad portuaria de Rashid, en el delta del Nilo. En consonancia con los ideales ilustrados, puestos al servicio de la empresa colonialista, el futuro emperador se hizo acompañar de decenas de expertos en todos los ámbitos del conocimiento, una tropa no guerrera, pero tampoco libre de acciones predatorias, que integraba la Comisión de las Ciencias y las Artes, secundada por centenares de dibujantes y grabadores cuyo trabajo quedaría admirablemente reflejado en la Description de l'Égypte, obra maestra de la tradición enciclopedista. A ese contingente pertenecía el teniente de ingenieros Bouchard, responsable del descubrimiento de la losa cuya difusión, junto a la de los monumentos recreados en láminas de bellísima factura, desató en toda Europa una ola de egiptomanía. Procedente de los inicios del siglo segundo antes de Cristo, cuando reinaba Ptolomeo V Epífanes, el "amado de Ptah", la triple inscripción en jeroglífico, demótico y griego helenístico permitió a Champollion, también familiarizado con el copto, descifrar una escritura no sólo decorativa, como se había pensado, que resulta de la combinación de signos fonéticos e ideográficos, es decir de sonidos y símbolos. El hito, de enorme trascendencia y espectacular repercusión pública, abrió la puerta que daba entrada al asombroso relato de una civilización milenaria, a partir de las palabras de sus propios protagonistas, e inició de hecho el camino de la egiptología, entonces y después teñida del aire novelesco con el que se ha reflejado en el imaginario popular, a través de un subgénero a veces disparatado pero también pródigo en ficciones memorables.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios