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Ehrenburg

HACE unas semanas en el artículo que dedicábamos a la figura de Stefan Zweig y su autobiografía titulada El tiempo de ayer, destacábamos la frase que este escritor tomaba de Shakespeare: "Acojamos el tiempo tal como él nos quiere". Sin embargo, ya dábamos a entender entre líneas en aquel artículo que Zweig fue de esos intelectuales que, a pesar de los tiempos turbulentos que le tocaron vivir, estuvo en todo momento muy por encima de ellos. Y es esta misma la sensación que me ha producido al terminar de leer el ensayo La Andalucía de Ehrenburg que ha publicado Carlos Manuel López Ramos en la colección "Tierra de Nadie" (Asociación cultural Barataria). Ilya Ehrenburg es sin duda uno de esos personajes (unos cuantos, muy pocos en cada época) cuya figura y personalidad llenan por completo las páginas de la historia. Su vida (1891-1967) no pudo desenvolverse en tiempos más adversos: las dos grandes guerras; la revolución soviética; la guerra de España y un largo etcétera de acontecimientos de primera magnitud histórica que tuvieron a Ehrenburg como testigo y protagonista, ninguno de los cuales le fue ajeno, y en los que siempre se destacó por su compromiso, a pesar de esa actitud nihilista, despectiva y hasta soberbia que algunos veían en él y que tanto molestaba al poder e incluso a sus propios compañeros de lucha. Sin embargo, es precisamente esa actitud la que pone de relieve López Ramos como manifestación de su integridad intelectual, de su compromiso con la humanidad que, al igual que Stefan Zweig, lo llevó a veces a estados de duda y desencanto. "En mi infancia he oído el proverbio "La vida es penosa para aquel que se acuerda de todo", y más tarde me he dado cuenta de que este siglo resultaba demasiado difícil para que arrastráramos el fardo de los recuerdos", se lamenta Ehrenburg al repasar los terribles acontecimientos que jalonan la historia del siglo XX. Su visita a España, plasmada en su libro España, república de trabajadores, y, más concretamente, a Andalucía (que le da título al libro), a través de sus principales capitales (Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Cádiz) hasta llegar a Jerez, en la que tomó contacto con los movimientos sindicales de signo anarquista, es uno de los apartados más interesantes del trabajo (excelente, por cierto) de Carlos M. López. Corrían ya los últimos meses del año 1931 y Jerez estaba inmersa en ese ambiente revolucionario que desembocaría en la guerra civil del 36. El Guadalete recogió con todo detalle el periplo de Ehrenburg por nuestra ciudad: de los mítines de campesinos a la visita que giró a las bodegas González Byass. "Si algo me ha ayudado a sobrevivir… ha sido la sensación de que la elección de la causa a que me consagré durante más de cincuenta años había sido dictada tanto por la razón del siglo como por mi propia conciencia", dice Ehrenburg. No hay mejor testamento vital. José López Romero.

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