Lo normal era hablar del tiempo. Te montabas en el ascensor con un vecino y como no era plan de pasarse el rato mirando al techo hasta llegar al décimo piso, se entablaba una conversación sobre fenómenos meteorológicos: pues vaya ventolera que hace; pero qué frío más horroroso; dicen que hasta el jueves no para de llover... Y era muy de agradecer que se hablara de algo tan llevadero porque liarse a charlar en un ascensor sobre los orígenes del parlamentarismo británico o sobre el futuro de las pensiones resultaría un engorro.

Lo que nadie se figuraba es que algún día los redactores de informativos se iban a inspirar en esas charlas de ascensor y que apenas iban a hablar de nada que no fuera el tiempo. O del clima, del que yo siempre supe que podía ser continental, o mediterráneo, pero jamás hubiera sospechado que acabaría convirtiéndose en lo único importante de la actualidad.

No hay más que ver un telediario. Ya en los titulares destacan inundaciones, nevadas o tornados. Si no hay ningún meteoro reseñable, se manda un corresponsal a la playa para que diga que hace bueno (pues eso también es noticia) o se emiten imágenes de algún desbordamiento en Minnesota, que no pilla muy de paso pero hace el avío.

Aunque para causar sensación, lo mejor será recurrir al periodismo apocalíptico y atacar con el cambio climático. Se puede hablar de los estragos que provoca en el medio ambiente beber los refrescos con pajita. Se puede sacar, como atentado terrorista, a un basurero tirando cajas de cartón en el contenedor equivocado. Se puede comentar esa feria del fin del mundo que es la Cumbre del Clima y que patrocinan las mismas compañías energéticas que, a cambio de sermonearnos sobre la importancia de cuidar la naturaleza, aprovechan para subirnos el recibo por nuestro consumo irresponsable.

Nos ponen en directo la llegada en catamarán de esa niña-prodigio del martirologio ecologista que, sin pestañear, nos anuncia grandes plagas, sequías y unas hecatombes como sacadas del Antiguo Testamento, que es un libro que se escribió antes de que inventaran la locomotora.

El empacho climático es agotador. Con las filípicas que nos caen sobre el derroche de agua, hasta ducharse provoca remordimientos y acabamos considerando si no habrá que imitar a las tintorerías y practicar la limpieza en seco. Nos riñen por poner la estufa. Nos recuerdan que, con tal de proteger el entorno natural, podríamos ir al trabajo en piragua. Y gracias a esas consignas milenaristas, desatan otro fenómeno atmosférico: la histeria colectiva.

Pero con tanto miedo como nos meten, ¿no se corre el riesgo de conseguir justo lo contrario de lo que se busca? Con tanto machaqueo catastrofista, se llega a sospechar si no será todo un camelo. Sin embargo, no lo es.

Aunque quizás todo sea más simple y ocurra como cuando en el ascensor hablábamos del tiempo para así no tener que hablar de otras cosas más incómodas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios