La nicolumna

Nicolás Montoya

Encierro de verano

INTENTAR una clasificación de los encierros en función de diferentes criterios aboca necesariamente a conclusiones artificiosas, si no falsas. No tanto, en los de San Fermín que, encierran en sí mismos aptitudes turísticas inigualables, pero sí en los otros, en los que a diario nos encontramos encerrados y corriendo hacia delante sin saber muy bien el porqué, o al menos no de forma consciente. Por la calle Larga, a modo de calle Estafeta, en las carreras a unas rebajas recién iniciadas, o por la carretera a Valdelagrana como si al día siguiente ya no hubiera playa.

Quedaría, naturalmente, lo de las carreras fulgurantes de algunos gestores públicos. Eso sí que es una encerrona en toda regla a los corredores de a pié. Pero así se demuestra que muchas veces la evolución de la especie no es todo lo razonable que quisiéramos. Cada vez que descubrimos un aspecto en que los tiempos modernos son peores que los antiguos, algo se subleva en nuestro interior, y en estos actuales de carreras y sobresaltos, con la llegada del verano, aun más. Los veranos plácidos, de siestas, nanas, baños de horas y enlentecimiento de las cosas son ya agua pasada. Ahora parece que estamos encerrados por el propio verano en una turbina del tiempo, a velocidad de crucero. Corriendo, huye que te alcanza, de un centro comercial a otro, de una zona de tiendas a otras con más liquidaciones y ofertas, llegando y volviendo de la playa a toda prisa embadurnados en arena y crema, sudando en las colas de la cajas y los bancos para hacer cualquier operación, saliendo a todo plan por las noches sin rumbo ni sentido y por supuesto, con ventanas abiertas y persianas subidas, durmiendo lo poco que se pueda para descansar de tanto trajín.

No es difícil hablar del estrés como causa primaria de nuestro ritmo de vida. Lo fácil es achacar todo a los tiempos que corren. Se necesita más que palabras para expresar la forma de vida que llevamos. Quizás sea solo plantarse y ponerse a pensar en si lo que estamos haciendo merece la pena.

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