Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Enfermos

CALCULO que en mis más de 25 años de periodista no he utilizado el verbo inyectar más de una docena de veces y siempre en crónicas referentes a las vacunas o a las drogas. En artículos económicos o políticos jamás. Ahora, sin embargo, todo el mundo inyecta. Hagan una prueba. Váyanse a un buscador de internet, escriban dicho verbo y, si pueden, acoten las fechas de búsqueda y comprobarán cómo en apenas dos meses se ha extendido el síndrome de la inyección. ¡Todo el mundo inyecta y nadie subvenciona, ayuda, auxilia, subsidia, contribuye, sufraga, dona o socorre! Al principio, como ya hicimos notar en un comentario anterior, los inyectados eran exclusivamente los bancos, pero a partir de ahí se ha desatado la moda y, como si los gabinetes financieros fueran unos enormes dispensarios, todo se ha llenado de pacientes exhibiendo ora un cachete, ora un antebrazo.

Sí, inyecta el Banco de Santander y la Reserva Federal Americana, inyecta Londres y el Banco Nacional Suizo, pero también la Junta inyecta tantos millones para investigación, Cultura inyecta fondos a sus festivales de música o de teatro y, en un ejercicio de enfermería televisiva, el programa Mira quien baila inyecta "famosos y morbo en La 1". ¡Una inyección de morbo! Ni el más sicalíptico de nuestros visionarios hubiera imaginado semejante inoculación a costa del presupuesto de una televisión pública. Claro que tampoco es manco este titular: "El expresionismo abstracto de Rothko inyecta colorido a la Tate Modern". O este otro, de una crónica sobre el festival de cine de San Sebastián: "Tropic thunder inyecta puro gamberrismo en vena". O, en fin, el penúltimo: "La Vuelta Ciclista inyecta a Jaén un millón de euros".

Ahora bien, no se trata de un vicio lingüístico más, de una de esas modas por las que un verbo se convierte en comodín universal. Hay un oscuro fondo de intenciones. Conforme el uso del verbo se amplía su campo semántico se va definiendo peligrosamente. Así, el que recibe la inyección es, en un sentido muy amplio, un paciente que necesita caras atenciones gubernativas so pena de morir y arrastrar consigo a los puñeteros infiernos la economía mundial, el share de La 1 o aniquiliar por aburrimientos a los críticos del festival de San Sebastián. Pero hay más: un enfermo es un inválido, alguien a quien no se le puede reclamar así como así la devolución de las prestaciones hasta que no recupere un estado óptimo de salud. Una subvención hay que justificarla, claro, pero ¿una inyección también? ¿Y si el enfermo arruina a la familia? ¿Nos resignamos?

Después de observar el obsceno espectáculo de las inyecciones da vergüenza escribir sobre la ley de Dependencia.

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