HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Esclavos

Nosotros con la carrerilla hacia la utópica sociedad libre y justa, organizando jornadas y congresos para alimentar ilusiones inalcanzables, mientras los organismos internacionales nos amargan la fiesta recordándonos que la esclavitud debe ser abolida en todas las naciones. Pero; ¿hay esclavitud en el mundo?, se preguntarán los ingenuos que quieren hacer del hombre un nuevo Adán en el paraíso recuperado, ordenarle la vida a las especies en peligro y parar el deshielo de la Antártica, como si el planeta fuera un cuerpo muerto llevado mansamente por las leyes físicas. Desde luego que la hay. Una veces es esclavitud sin disimulo, como una institución social más, y otras se camufla con derechos teóricos para que el individuo se crea libre e incluso feliz. Es una cuestión de referencias: uno es desdichado cuando ha vivido un tiempo más dichoso, y se siente esclavo cuando ha conocido épocas de mayor libertad.

Cada vez que la sociedad se ha organizado de manera diferente, aunque siempre como una variante de la anterior, la clase ascendente se encarga de hacer propaganda de los males del pasado para que se le consienta ejercer el poder. Así pasó en el siglo XII, en el XV y en el XVIII. Luego nos enteramos de que en la Edad Media, con todas sus penalidades, el hombre era más libre que en el Renacimiento, y más pobre y más esclavo en el siglo XIX que en los inmediatamente anteriores. Los siervos y los colonos no eran anónimos, tenían una relación personal con sus señores heredada de una generación a otra, sabían para quién y por qué trabajaban; el hombre anónimo contemporáneo no lo sabe a ciencia cierta, vive sujeto a un ente jerárquico de imprecisos límites del que, en teoría, puede escapar, pero que difícilmente lo haga porque otros dependen de él y trabajan para él, sin que tampoco sepa bien quiénes son.

Europa ha llevado al mundo grandes conquistas del hombre y su influencia es universal; pero, como Roma, tiene la soberbia de no reconocer rivales y de pensar que sus valores deben ser aceptados en todas partes. Hasta cierto punto es verdad. Habría que investigar cómo es posible trasplantar los valores europeos a Somalia o a las regiones perdidas del Chad, o los derechos humanos a zonas donde sobrevivir depende de no respetarlos. Tanto unos como otros fueron fruto de la evolución del pensamiento europeo y no se les puede pedir a otras formas de sociedad que den saltos en el vacío. El valor de la vida humana y el concepto de libertad no son los mismos en todos los lugares y al mismo tiempo. Nosotros creamos esclavitudes en nombre de la libertad, convertimos al hombre en un ser solitario, desamparado y angustiado diluido en una masa que se hace la ilusión de ser libre. No nos extrañe que un esclavo en una aldea africana sea más feliz y se sienta más libre que un oscuro empleado de Nueva York.

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