La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
En tránsito
El otro día me encontré una carta perdida en un cajón. Venía con su remite –un emblema de un viejo hotel– y un sello de un país que me costó identificar. Pero miré la fecha del matasellos y aquella carta era de hace 23 años. Si hacemos memoria, es difícil que hayamos recibido una carta o siquiera una postal en los últimos años. Todo el mundo te mando un mail o incluso un mensaje de whatsApp, pero es rarísimo que alguien te siga enviando una carta, ni siquiera en el caso de que se trate de una postal o de una felicitación de Navidad. Y cuando voy a Correos sólo veo gente que recoge certificados o que envía paquetes, pero apenas se ve a nadie metiendo una carta en un buzón. Recuerde, si tiene dos segundos, la última vez que vio a alguien echar una carta al buzón. Y ahora reflexione de nuevo y dígame dónde recuerda que haya un buzón. Y piense qué color tienen los buzones: ¿son rojos? ¿Amarillos? ¿Verdes? ¿Está seguro?
¿A qué viene todo esto? Pues a un motivo muy sencillo: el otro día leí –al fin– que un experto en educación decía que era un error gravísimo haber eliminado la escritura a mano de los trabajos escolares. Eso es algo que cualquier persona inteligente sabía sin necesidad de recurrir a un experto, pero cada vez es más difícil encontrarse con personajes inteligentes, o al menos que se atrevan a serlo con todas las consecuencias (uno de los fenómenos más inquietantes de nuestra época es el de las personas inteligentes que no se atreven a pensar por su cuenta y prefieren dejarse llevar por los prejuicios más extendidos). Bien, el caso es que la escritura a mano –como todo el mundo debería saber– mejora muchísimo la comprensión lectora y la coordinación motora. En cierto modo, nos hace más inteligentes y más habilidosos y más capaces de entender un texto complejo. Evidentemente, los pedagogos –los nuevos clérigos de nuestra época– han proscrito la escritura a mano por considerarla anticuada o inútil (o incluso reaccionaria: no hay nada que aterrorice más a un pedagogo que el adjetivo “reaccionario”). Y así vamos.
Es cierto que vivimos en la era digital y somos especímenes del Homo googlensis, así que pocas veces vamos a necesitar escribir a mano, pero no se trata de una necesidad sino de un recurso de aprendizaje que nos ayudaría desde niños a ser un poco más sutiles y más complejos de lo que ahora somos. No es poco.
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