TRIBUNA LIBRE

Pedro / Rodríguez / Mariño / Sacerdote

Escuchar a Dios

NO es corriente que en el ambiente político se hable de oración, pero sí ha estado estos días el tema en el candelero con ocasión de la invitación del presidente Obama a un desayuno de oración. No va por ahí este artículo; hablaré directamente de oración, materia muy propia de mi condición sacerdotal e interesante para todos, incluidos los jefes de Estado. Gustosamente les dirigiría una meditación si me invitasen.

Modelo de oración nos lo ofrece el Señor en el "Padre nuestro", respuesta a la petición, enséñanos a orar, de sus discípulos. Tiene dos partes, en la primera se nos invita al espíritu de filiación, a reconocer a Dios como Padre nuestro; a que le alabemos, santificado sea tu Nombre; a secundarlo, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. La segunda parte es una secuencia de peticiones por nuestras necesidades: el pan nuestro de cada día, el perdón de las ofensas, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

De toda la riqueza de temas que en el "Padre nuestro" quedan apuntadas, la escasa formación religiosa, o la superficialidad, hacen que para muchos sus oraciones se concreten sólo en oraciones de petición; y oraciones impacientes ante necesidades apremiantes, a veces asociadas al desencanto, Dios no me escucha, piensan o dicen. Efectivamente Dios puede aparentar no hacernos caso, no es nuestro secretario, pero siempre nos entiende y nos atiende, aunque no lo captemos.

No podemos perder de vista que la oración es siempre diálogo: habla uno y escucha otro, y al revés. Si habla siempre el mismo, que no escucha, eso es un monólogo y no es oración. Hemos de asentar bien, que tan oración es hablar con Dios como escuchar a Dios, atenderle, conocerle, contemplarle, amarle, darle gracias, o desagraviarle.

Sigamos, concretamente ¿cómo escuchamos a Dios y de qué maneras nos habla? Todos percibimos que entre tantas realidades magníficas hay ciertos comportamientos que no son de recibo, que hay acciones que contradicen y repugnan a nuestra condición de personas en cualquier lugar y circunstancia. Así, entendemos que es una barbaridad matar a otro, despojarle de sus bienes, o quitarle la fama o la mujer, o apartarle de Dios no respetando su libertad o escandalizándolo; más le vale que le cuelguen una rueda de molino y lo hundan en el fondo del mar, dice Jesucristo. Esta percepción es espontánea, innata, se desprende de la conciencia, de nuestra condición de personas, de nuestra propia naturaleza. Dios nos habla por nuestra naturaleza y en nuestra naturaleza le escuchamos.

A estas verdades y comportamientos primeros, fundamentales, que además están tipificados en los diez mandamientos, todos llegamos porque podemos conocer la verdad y el bien. Tenemos una inteligencia eficaz y una voluntad de libre determinación. Nadie admite ser tonto aunque, a veces, nos puedan decir "no seas tonto" o "menuda tontería". Nos lo dicen porque están convencidos de que no lo somos, y más convencido aún está cada uno en su intimidad.

Además, Dios nos habla en Cristo con palabras humanas en plenitud de revelación divina, custodiadas por la Iglesia en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Son palabras claras, abundantes, suficientes, explicadas, meditadas, experimentadas y difundidas. Naturalmente exigen interés por conocerlas y no rehuirlas. Se refieren a lo divino y a lo humano, constituyen una riqueza incuestionable. Miran al pasado, al presente y a lo que ha de venir. Nos abren a la divinidad, tres personas en unidad de esencia, y a sus designios de creación y salvación de los hombres.

Cuánta luz y qué claridad arrojan las palabras de Jesús. Ciertamente no estamos perdidos en el espacio, ni sumidos en el vacío oscuro y sin fondo de nuestra intimidad personal. Somos imagen de Dios, y como Él es Amor, estamos creados nosotros también para amar. Para llevar una vida de amor que se materialice en la familia, la amistad, en el interés por todos y por todo, e incluya la misericordia y el perdón. Vida de amor que da alas al trabajo y a la responsabilidad, para resolver nuestras necesidades y alentar nuestras posibilidades. Para amueblar la convivencia con construcciones e instrumentos de todo tipo que la hagan cada vez más confortable y participativa, con todas las ciencias y las artes.

Responder a tanta riqueza de la Revelación ha ido hilvanando la historia de los dos mil años de cultura cristiana, con tantos momentos brillantes de fidelidad, de escucha al mensaje revelado, y también con debilidades y omisiones, alejamientos de la palabra de Dios, qué pena.

Además del mensaje público, para todos, de la Revelación, Dios nos habla en el alma, en la intimidad de cada uno, en el tú a tú, pero hemos de atenderle, de quererle escuchar. La vida personal no puede ser tan frívola y superficial, o tan trepidante que no nos paremos a meditar sobre nuestra actividad a la luz de la revelación divina. Ni las vacaciones deben convertirse en una actividad incompatible con la oración, ni el trabajo debe ser tan expansivo como el aire, que llena todo donde está. Si reservamos los tiempos razonables para Dios, y además tenemos la prudencia de buscar consejo a quien nos lo pueda dar, acabaremos viendo con claridad lo que debemos hacer, lo que Dios espera de nosotros, sus designios, y podremos actuar con seguridad y firmeza, servir de referencia para otros, y llevarles paz, alegría y esperanza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios