Escuela de bufones

Por fortuna, en estos días, el más encumbrado de los bufones empieza a caer. Ojalá no sea el único

Dos fenómenos sociológicos evidentes en la vida política de las últimas décadas fueron profetizados con bastante antelación. Con fino olfato, McLuhan ya anunció que, en lo sucesivo, lo que daría importancia, incluso veracidad, a una noticia sería el medio que la transmitía. Y no ha fallado. Su vaticinio se cumple cada día millones de veces. La misma certeza intuitiva ante lo que se avecinaba la tuvo Guy Debord. En su libro Sociedad del espectáculo, nunca suficientemente alabado, estaba ya claro que la farsa y teatralidad iban a dominar, sin pudor, el futuro de la política. Y, en efecto, casi todos los nuevos pretendientes a una plaza en la vida política llevan a cabo su aprendizaje en escenarios televisivos. Exhiben poses, buscan disfraz acorde y memorizan eslóganes y, si reciben suficientes aplausos, toman la alternativa y se lanzan a triunfar en la plaza pública. Las actuaciones en un plató televisivo son el único medio que garantiza un aval para la ambicionada consagración. Además, permite al aspirante calcular hacia dónde se inclinan sus dotes y temperamento para fingir mejor. Así, acompañado de un acreditado asesor de imagen, elige entre una larga serie de tipos el de mayor demanda en ese momento: cínico, melodramático, oportunista, revolucionario, despótico, autoritario, paternal o trágico, según el partido en que prefiera militar.

Pero nadie había pronosticado que, en estas escuelas rápidas de actores, se aleccionaba también, en estos últimos años, para un tipo de personaje destinado a lograr auge inmediato y acogida excepcional. Ha sido, como cabía esperar, un ensayista francés, Christian Salmón, el que ha descubierto que, en la lista de técnicas teatrales más solicitadas, figuraba aprender a actuar como un político grotesco, impostor, con rasgos de clown, payaso y bufón. Y las lecciones aprendidas han sido de gran utilidad, dado lo fácilmente que han ascendido al poder Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Beppe Grillo, Matteo Salvini, Modi y Zelensky, entre otros, a los cuales se podrían añadir algunos nombres españoles. Pero lo más inquietante de este libro de Salmon, La tiranía de los bufones, no es la facilidad del mecanismo para fabricarlos: basta encontrar una escuela con asesor. Lo que produce más escalofríos es la cantidad de gente que los aguarda y aplaude. Quizás habría que añadir La rebelión de las masas, de Ortega, a la lista anterior de libro proféticos. Por fortuna, en estos días, el más encumbrado de los bufones empieza a caer. Ojalá no sea el único.

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