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Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

A mis soledades voy...

"... de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan los pensamientos". Este va-y-ven Lope vegano tiene, como todo en esta vida, la ambivalencia de cualquier opción. Es buena la soledad cuando de ella se requiere sosiego; mas cuando es inferida, esto es, derivada, aprisiona con su cautiverio el cuerpo y el espíritu. Buscarla, en ciertas ocasiones, es placentero cuando uno se sube a la torre del homenaje y allí se regodea consigo mismo; no así si se impone, que entonces te deja sin luces, sin ventanas y confuso. Sostengo que la soledad es digna de alguna visita temporal, recomendable para sanar cierta hartura del cuerpo y del espíritu, o de gente pegajosa y melindrosa que se va adhiriendo por el camino. Conviene sacudirse el tegumento de vez en cuando y aliñarse uno fuera de la sociedad (suciedad) en la que vivimos.

Pero la soledad es uno de los males que acecha a la sociedad contemporánea, a tal punto que en Reino Unido se volvió un asunto de Estado cuando, en 2018, la primera ministra británica, Theresa May, anunció la creación de un ¡Ministerio de la Soledad! Un problema que afectaba al nada despreciable 13,7% de la población. Este es el tema, justamente cuando más interconexión tenemos. Podríamos analizarla desde multitud de puntos de vista, porque en sí misma la soledad es poliédrica; hoy la considero como el síntoma de una sociedad enferma que descarta lo que no le es útil y rentable.

El costo social de nuestro progreso se va pagando contra natura. Como juguetes rotos, desconectados, van quedando en la cuneta los eslabones desgastados de la cadena de producción. Miles de personas viven la triste compañía de la soledad, aprendiendo a morir sin el afecto de los suyos, acompañados por el demonio de los recuerdos. No todos, ya lo sé…; pero muchos reclaman la atención debida, o la justicia necesaria. ¡Qué cruel enfermedad actual ver tanta soledad y aislamiento, tanta gente desasistida de compañía, naufragando en medio de un mar de gente! Quizá porque la soledad no consista sólo en estar solo; he aquí donde radica el mayor sufrimiento, cuando encuentra uno en sí el desprecio de los demás. Las cosas se alejan, las personas te olvidan, el mismo mundo comienza también a irse y es entonces cuando la indigencia moral sistémica arremete con la mayor y más cruel de sus armas, la indiferencia de una sociedad que deja a sus propios constructores en total desasimiento, ninguneados en la cámara oscura de la gran pirámide

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