Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

L'Hamburguesa

De niño, porque recuerdo haberlo sido, mis mayores berrinches se concentraban a la hora de la pitanza. Me molestaba considerablemente el uso digno que había de hacerse con la cubertería ¡tantos artilugios! para una tarea tan simple como la de llevar comida a la boca. Sostuve entonces, con vehemencia incorregible, el innecesario uso del tenedor, habiendo manos y dedos, para una tarea tan natural. Como mis modales iban de mal en peor, determinaron mis padres ordenar tales conductas en un colegio interno, famoso, entonces, en la corrección de todo lo concerniente a la 'res rústica y doméstica'. Lo hicieron y, ¡vive Dios!, que lo lograron. Fue allí como, a fuerza de horas complementarias y 'cosquis' en el cerebelo, se fue modelando el australopitecus, que todos llevamos dentro, en un semi-sapiens erguido y disciplinado. Toda una tarea encomiable, considerando que el niño es animal salvaje desde sus principios si no se le pone algún abecedario de por medio; y siento llevarle la contraria a la ingenuidad 'del buen salvaje' que plantea Rousseau. Aunque, confieso, que, en algunas ocasiones, percibo el soplo de su aliento a mis espaldas.

El otro día, que bien pudo ser ayer, hice un extra de 'finde' con unos jóvenes amigos. Como alardeo de adaptación y maleabilidad, contemporicé hasta el extremo, y allá que me fui con ellos a Luz Shopping, a una de esas franquicias, conocidísima de todos, para cenar una hamburguesa de allende los mares, o más 'p’allá'. Como iban todos tan gozosos y gallardos, que pareciera les rebosaba la contentura por las cinchas de los 'shorts', yo también desanduve hasta la pubertad ¡pobre yo! y me subió el contento hasta el punto de verme dispuesto a hacer un 'sin pa', si así lo brindara la circunstancia; porque yo me dejo llevar con mucha facilidad si el ambiente se pone favorable. Pasé buen rato intentando aclararme con las estupendas fotografías 'gourmet' que se ofrecían a modo de cartelera de película exótica y global; no sabiendo muy bien a qué se refería cada nombre que allí estaba -un problema para los que buscamos etimologías- tuve que ser ayudado por un púber, que percatándose de mi poca destreza me echó las dos manos en la comanda del menú. Pedí, por fin, según foto, la más apetitosa. Pero como soy carpetovetónico, actué, conforme a las costumbres ancestrales de nuestros abuelos, pidiendo que me la sirvieran en la mesa sin haberla pagado con antelación. Me miraron con sorpresa y sonrieron con cierto tufillo a cachondeo, como si hubiera salido de otro planeta y fuera yo un bicho extraño. Nada dije, sino que me limité a pagar el importe y esperar. Debió ser comidilla de empleados y empleadas, porque noté que, desde dentro, se asomaban para ver al mono de circo que no sabía pedir una hamburguesa conforme a los cánones establecidos por la muy liberal y global forma impuesta por la tan gentil franquicia colonizadora de nuestro territorio patrio, en el que ahora me encontraba siendo extranjero. Pedí un fino, y no lo había, un oloroso, y tampoco…

Nos sentamos gozosos, yo entre la chiquillería, dispuestos a principiar la ingesta, sin saber muy bien qué eran los entremeses y cuál el plato principal; así que, sin distingos palaciegos, comenzamos todos a desplegar embalajes, y como si hubieran oído la voz de un alabardero decir ¡al ataque!, aquello se convirtió en una cruenta batalla de desgarres, bocados leoninos, manos sangrientas de kepchup, pringues, churretes y toppings… (Ferrer-Dalmau pintaría aquí, sin duda, un nuevo tercio de Rocroi). Entre lametones, chupetones y sorbetes, con las manos empleadas en sujetar el condumio, la mostaza resbalaba hepática por los antebrazos, desarrollándose el ágape con verdadera fruición pantagruélica. Y así estamos, en la falacia del buen civilizado. ¡Por favor! "Generemos educación en comida saludable con productos ecológicos de proximidad", Begoña, Prima Donna, dixit.

No quisiera ser machista-homófobo-racista-catastrofista-conspiranoico-negacionista-supremacista…; pero, pido, cuanto antes: ¡Un tenedor, por favor, un tenedor! Aunque sea para comer la sopa y hacer memoria histórica de aquellos modales trasnochados que, al parecer, ya carecen de importancia.

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