Espectacular

Gloria a los cursis, que fueron los primeros en detectar que "espectacular" es el signo de los tiempos

Escribe un lector: "Enrique, es un pensamiento, pero te lo tengo que hacer llegar porque si no exploto. ¿Sería posible hacer desaparecer una palabra? La palabra que me crea dermatitis cerebral es "espectacular". No pude con ella desde el principio, desde los primeros cursis... Haz algo, por Dios, lo que sea. Si es necesario, algo espectacular, pero ¡haz algo! ¡Tu pluma es poderosa!" Normalmente, me piden que me meta más con los de Podemos, como si eso fuese importante o no se pusieran en evidencia ellos solos. Esto es distinto, porque 1) toca un asunto esencial de la sociedad contemporánea; 2) detecta su síntoma y 3), para colmo de interés, me pide un imposible.

Empecemos al revés. No es posible hacer desaparecer una palabra, ni aunque mi pluma -que no llega a plumín, porque es teclado- fuese poderosa. Esto tiene una lectura positiva y es la inmensa autonomía del lenguaje, su margen de libertad.

Libertad para el bien o, como es el caso, para el mal. Porque tiene razón mi interlocutor al percibir que el uso abusivo del adjetivo "espectacular" para todo, desde un queso de Cabrales a una novela romántica, pasando por el dibujo de un niño, esconde una desviación semántica y, sobre todo, social. La bondad o la excelencia de cualquier cosa no se juzga por sí misma, ontológicamente, sino por la cantidad de gente que la admira y por su capacidad para impresionar a un público masivo: por su condición de espectáculo.

¡Gloria, pues, a los cursis! Aquellos pioneros descubrieron una clave de nuestro tiempo (que mucho después el nobel Mario Vargas Llosa teorizó con su libro La sociedad del espectáculo). Los cursis ya habían detectado que el sistema de valores se basaba en una mayor o menor espectacularidad.

Para acabar con ese adjetivo ponderativo, habría que terminar con la cosmovisión que lo sostiene. Lo advertía muy gráficamente Simone Weil: no hay que forzar nunca el puntero de la balanza, sino variar los pesos. Hasta que nuestra percepción de los hechos deje de depender de los votos, de los aplausos, de su eco mediático, de su número de likes, de los retuits, de la capacidad, en definitiva, de dejar boquiabiertas a las masas, seguiremos yendo por ahí con ese elogio exprés, que suena adulador, porque es con lo que sueña todo el mundo: "¡Espectacular!". La mayoría de las veces no lo será, claro, pero, aunque fuese eso, espectacular, tampoco sería, en el fondo, para tanto.

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