Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

¿Esperanza de vida a costa de la libertad personal?

La inteligencia artificial avanza a pasos agigantados. Su desarrollo parece haber aflorado casi de tapadillo. Como una táctica del ciudadano Zero -ese yo sin mí transformado en máquina- tras las trincheras de la deshumanización de los tiempos que corren. La sociedad está alelada bajo el adiestramiento por control remoto de lo accidental, de lo accesorio, de la escasa capacidad de discernimiento. En detrimento de la esencia. La inteligencia artificial ofrece beneficios si su dominio es sensato. También arroja peligros si se desboca este tecnológico caballo de Troya -tan dado a esconder en su interior enemigos al acecho-. En el punto medio estriba la virtud. Empero no paramos en barras: la avaricia de la Era Digital está a punto de romper el saco. El futuro a medio plazo –no confundir con el futurismo, aquella corriente de vanguardia artística fundada en Italia por Filippo Tommaso Marinetti- es augurio de hojalata y algoritmo. ¿Estamos entregando de mil amores nuestra condición de ser humano para reconvertirnos en un Mazinger Z teledirigido Dios sabe por qué mano más o menos siniestra o benévola o cuanto menos indomable?

No es cuestión de escurrir el bulto sino de imponer coto a estos desmanes. Hablamos de palabras mayores que van a misa. ¿Nos conformamos con adoptar la inmóvil y por lo demás misteriosa postura de la esfinge? La inmovilidad y la pusilanimidad ganan enteros en este diablo mundo carente de autoanálisis. ¿Imagina el lector -siquiera sea a ojo de buen cubero- la nova Torre de Babel que crecerá verticalmente al tenor de la robotización incluso de nuestros sentimientos más tiernos? Ya asumimos que la inteligencia artificial puede definirse, grosso modo, como la combinación de algoritmos planteados en aras de la creación -y no recreación- de máquinas -no necesariamente mastodónticas- que -de la cruz a la fecha- presenten -y no representen- las mismas capacidades -¡ahí queda eso, Peloponeso!- del ser humano…

En paralelo toma fuerza el movimiento intelectual del transhumanismo. Al respecto leí bastante durante los primeros retazos del confinamiento. La pandemia dio que pensar a propósito de la extralimitada acción del hombre sobre la naturaleza. ¿El coronavirus puso pies en pared al socaire de una reflexión que debía renacernos mejores personas en todos los sentidos? Visto lo visto, nanai de la China. Entró entonces en danza, sí, el transhumanismo y su propuesta en jaque: “superar los límites naturales de la humanidad mediante el mejoramiento tecnológico y, eventualmente, la separación de la mente del cuerpo humano”.

La pandemia y su consabido encierro escenificó una ocasión que ni pintiparada para reforzar aún más si cabe nuestra condición humana. Como remiendo al desproporcionado papel de semidioses que ya nos habíamos adjudicado a voluntad. La pandemia desplazó a los vivos al rincón de pensar. En nuestras manos albergábamos entonces -con la puerta de casa cerrada a piedra y lodo- el hilo de Penélope de nuestra mejora en conducta. El mundo estaba codificándose y cosificándose en una transmutación por veces más alienante. El confinamiento era un confesionario abierto al Globo Terráqueo. Pero el hombre del siglo XXI es -¡litigios de la contradicción!- tozudo y prefiere propinarse una cornada mortal a darle pábulo a los resortes de la conciencia. Y definitivamente no todo hijo de vecino mejoró tras la incertidumbre del coronavirus. Sino al contrario en sonados casos. Esta etapa postpandémica así lo demuestra a todas luces. Expertos en la materia afirman que el transhumanismo fragmentará a la sociedad en humanos mejorados tecnológica y genéticamente y en humanos no mejorados. El biomejoramiento de los seres humanos es un tópico central del debate científico. Es una moneda sin cara ni cruz: ¿coexiste un margen positivo: léase: lograr una especie con mayores capacidades físicas y psíquicas e intelectuales y a posteriori un posthumano -que no será humano sino muy superior a él-? ¿Hablamos de alargar la esperanza de vida hasta el infinito? ¿Pero sin libertad de decisión ni independencia personal? ¿A tan alto precio?

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