Lo va a pagar bien caro. Al primer ministro de Canadá, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, le pueden pasar factura las barbaridades que cometió en sus años mozos. Y no es que este señor fuera por la vida atracando gasolineras o vendiendo mandanga a los grifotas de su instituto. Que sepamos, ni siquiera tuvo un descuido plagiando la tesis doctoral. Pero sí que se disfrazó de Aladino para una fiesta y, aunque haga bastantes años, puede que aquello le traiga ahora la ruina, pues para caracterizarse como genio de la lámpara maravillosa, no solo tuvo la ocurrencia de ponerse un turbante en la cabeza (algo que a los fanáticos de Mahoma les suele caer como un tiro) sino que encima cometió la locura de tiznarse la cara de negro, y eso ya sí que no se lo perdonan en un país donde esas cuestiones te pueden llevar a declarar ante el juez.

Yo no sé si usted había planeado presentarse a las elecciones en Canadá. Lo que sí me imagino es que, teniendo los carnavales de Cádiz tan a mano, muy raro será que no se haya disfrazado nunca de zulú, de apache emplumado o de mora con el ombligo al aire. Pues sepa que lo iba a tener crudo, no ya para presidir aquel país ultracongelado, sino hasta para llegar a concejal en Toronto, porque con esas maneras de pasarlo bien demostraría ser un racista integral.

No sé qué disfraces estarán permitidos en las fiestas canadienses pero imagino que, con tal de no molestar, habrá que disfrazarse de champiñón gigante o de cataratas del Niágara. Aunque tampoco pondría yo la mano en el fuego. A medida que pasan los años, cada vez son más las cosas que ofenden a unas sociedades que prefieren el malhumor al simple humor, por negro que sea.

Hay gente a la que le ofenden los disfraces de Aladino, pero habrá a quien le ofendan los de monja con ligueros. Y sin necesidad de acudir a fiestas de disfraces, a unos les ofenderá que las señoras vayan enseñando las pantorrillas por la calle, pero sin que ello sea impedimento para que los haya también que se ofenden porque otras señoras más recatadas vayan con el burka al supermercado.

Ahora bien, si ofende la realidad, más ofende la ficción, y por eso tanta gente se cabrea cuando en las películas salen italianos chuleando, españoles persiguiendo a las suecas o chinos escupiendo sin parar. Por ofender, ofenden hasta los cuadros de los museos que, si no es por sacar a una vieja friendo huevos, ofenden por sacar a borrachos, a gordas en pelotas o a enanos de la corte.

Menos mal que nuestros diputados, en ese aspecto al menos, resultan bastante inofensivos. Nos quejamos por lo inútiles que son y por las tonterías que dicen. Sin embargo, no van por la vida disfrazados de cosas que ofendan a los demás. Ni aquí se ha visto que el jefe de la oposición suba a la tribuna vestido de gitano canastero, ni que la vicepresidenta llegue al Congreso con un toquecito de betún, un frutero en la cabeza y cantando el Tico Tico, como hacía Carmen Miranda.

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