la tribuna

Javier De La Puerta

La Europa del euro: transformarse o morir

LA Eurozona está atrapada entre la política y las finanzas. La pinza entre los votantes griegos y franceses, por un lado, y la caída de Bankia, por el otro, colocan a la Europa del euro ante una bifurcación inmediata en el camino. Las elecciones en Francia y Grecia -con resultados muy diferentes: uno constructivo, el otro antisistema- han alterado fundamentalmente el marco político europeo de la crisis: está en marcha una rebelión popular/electoral contra la estrategia de la austeridad. Como señala Mohamed El-Erian, "el destino de la Eurozona está pasando de las manos de los políticos a las de la población" (Para sobrevivir, la Eurozona debe encoger", Financial Times 14/05/12-).

En el frente financiero, la nacionalización de Bankia (la tercera entidad española) y el coste de su rescate desata las dudas sobre el sistema bancario español y, de rebote, sobre la credibilidad fiscal del soberano que vela por él. Estamos viviendo ya un "pánico bancario a cámara lenta" -como lo llama Gavyn Davies- en anticipación de los resultados de las segundas elecciones griegas del 17 de junio; y, dado el precedente irlandés (bancos que arrastran al soberano que les tendió la mano), las dudas se hacen extensivas a todos los sistemas bancarios (y, de rebote, al crédito de los gobiernos) de la periferia. Sometida a esta doble tensión (exigencias de los ciudadanos versus expectativas de los mercados), la Eurozona no puede escapar por mucho más tiempo a una decisión existencial: o refuerza rotunda y rápidamente su centro económico y político, o asiste al inicio de su despiece.

En la pugna entre la política volátil e incoherente de la rebelión popular/electoral contra el status quo, y la dinámica de manada de ahorradores que retiran depósitos de los bancos y mercados financieros que venden bonos del Sur para comprar bunds alemanes, ninguno de los dos puede ganar. Parece inevitable el choque catastrófico entre dos fugas que empujan en direcciones opuestas: la fuga de la política tradicional, y la fuga del dinero huyendo del riesgo. Algo, extrañamente, tienen en común: ambos actúan al albur del momento, carecen de plan a largo plazo, de centro decisor y, por tanto, de responsabilidad; unos miran a Berlín (y a Bruselas y Fráncfort) como blanco de su ira, y los otros como refugio de su dinero.

La rebelión en la calle o el voto de castigo contra el sistema no doblegará a bancos y mercados financieros: al contrario, exacerbará el miedo a la inestabilidad y profundizará la crisis (como pronto podrán comprobar los ciudadanos griegos). No olvidemos que el poder del dinero en este contexto reside en la amenaza de la retirada: consiste en que se va. Pero blandir la lógica de los mercados financieros como un látigo con el que disciplinar a los países de la periferia, para imponer una austeridad ciega a las realidades sociales y políticas, está provocando un peligrosísimo backlash (efecto retroceso) político que hace peligrar todo el edificio (sistemas políticos nacionales, moneda única, Unión Europea). En este caso, el poder del votante cabreado también es negativo: su huida de los partidos tradicionales fragmenta el sistema político y lo hace ingobernable. Inestabilidad política y pánico financiero se alimentan mutuamente.

Superficialmente, los que se identifican ideológicamente con estas dos dinámicas -las fuerzas de la calle y las de los mercados- pueden considerarse izquierdistas antisistema o ultraliberales promercado, respectivamente. Pero ambas, lo sepan o no, son ideologías anárquicas: sirven para justificar fuerzas que no controlan, porque son incontrolables. Ninguna de las dos es capaz de ofrecer lo que debe ser el centro de toda política responsable: un equilibrio plausible que nos permita vivir -y ahora sobrevivir, que no es poco-. Entre ambas fuerzas, sin embargo, sólo queda una capaz de impedir el desastre: la Política (con mayúscula) de los líderes responsables: un acuerdo in extremis entre Francia, Alemania, Italia y España para: a) permitir al Banco Central Europeo (o, alternativamente, al Mecanismo Europeo de Estabilidad) apagar el fuego inmediato (contagio de Grecia, pánico bancario); b) una nueva estrategia económica europea que equilibre el Pacto Fiscal con estímulos al crecimiento (más allá de las políticas estructurales de oferta) y propicie un ajuste simétrico de los desequilibrios de la Eurozona; y c) un plan a largo plazo para rediseñar la gobernanza y las instituciones de la Europa del euro.

Un plan que para ser legítimo, y superar el desfase entre sistemas políticos nacionales y economía europea, tiene que apoyarse en el ciudadano/demos europeo. Es más, tiene que crearlo. Las próximas elecciones europeas de 2014 tendrán que ser europeas -con el propósito de elegir un Gobierno económico y político de Europa (el presidente y los miembros de la Comisión)- en lugar de 27 elecciones nacionales. O Europa da un salto cualitativo, y se dota de un centro de gravedad económico y político, o las fuerzas centrífugas (la estampida de los inversores y la fuga antisistema de los votantes) la destruirán. O transformarse o morir.

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