Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Mi hermana mayor preparaba el radiocasete y los demás guardábamos silencio, aunque estuviéramos presos de la emoción. Grabábamos en una cinta todas las canciones del Festival de Eurovisión, en una época en la que no existía la música digital que ahora se incorpora a nuestra vida en cualquier momento y en cualquier lugar. Como los viernes para el Un, dos, tres o los sábados para la película de la sobremesa, toda la familia se sentaba delante de la tele para oír los primeros compases del preludio del Te Deum de Charpentier y contemplar, como hipnotizados, ese rosco en el que unas letras doradas se combinaban con puntos estrellados. Mucho antes de que existiera el programa Erasmus, esta sintonía ya venía construyendo Europa e, incluso, en plena dictadura, nos hacía sentir a los españoles que formábamos parte de algo más grande, más noble y más importante que nosotros mismos. Detrás de sus notas, en nuestras vidas entraron para quedarse Abba, las Baccara, Céline Dion, el estribillo de Abanibí aboebé y la actuación de Remedios Amaya, a la que mi abuela nunca le perdonó presentarse en Europa nada menos que descalza.

Ahora las cosas han cambiado mucho. La televisión hace ya bastantes años que ha salido de mi vida y también de los que andan por mi casa. Salvo para ver alguna cosa suelta, ya no nos sentamos juntos delante de la tele. No nos gustan los concursos, ni las series turcas, ni las americanas a granel. Y, sin embargo, estamos todos deseando que llegue el día del Festival de Eurovisión. Después de muchos años de atonía -quizás décadas-, su reciente emergencia me devuelve una vez al año algunos de los mejores momentos de mi infancia y de mi juventud. Estamos todos -hasta el perro- delante de la tele y los que están lejos se conectan por Whatsapp y vamos comentando cada momento e intercambiándonos los memes que circulan por las redes y los comentarios lacónicos y certeros de Twitter. El Festival da para mucho con su desfile de nacionalidades, el estilismo de los cantantes, la puesta en escena y sus lecciones de geopolítica avanzada.

Y, cuando llega el momento de las votaciones, experimento un curioso subidón de patriotismo. Pocas veces me siento más europea y más española que cuando empieza la liturgia del one point y el un point. Y lo hago con la mejor versión de un patriotismo amable que se nutre del talento y la simpatía de los nuestros y que para nada necesita crearse enemigos externos, glorificar el pasado o convertir las ideas en ataques furibundos envueltos en la bandera. Tanto es así que, desde el sábado, me cabe todo junto en el corazón: el disfrute de ver la buena posición de España, el contento del sufrido pueblo ucraniano y hasta el éxito de Sam Ryder, el guapo tiktoker británico que le alegró la vida a la gente en el confinamiento sin pedir nada a cambio.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios