La columna

Bernardo Palomo

Exageraciones médicas

LOS médicos, a fuerza de utilizar una terminología técnica, rigurosa y exacta, ponen, muchas veces, al borde del colapso al probo enfermo que asiste indefenso a unos dictámenes más que exagerados. El otro día mi primo Arturo fue al médico a que le viera un bultito -minúsculo para todos, menos para él- que tenía en el cuello. El especialista, después de mirarlo, le dijo, sin más y de buenas a primeras, que se trataba de un tumor cutáneo. Al pobre de mi primo, que había ido porque el lobanillo le molestaba al hacerse el nudo de la corbata, pensó que ya se habían terminado sus días, que el nudo de la corbata se iba a apretar definitivamente. Como mi primo Arturo es el más hipocondriaco del mundo, no se atrevió a preguntarle al médico nada por temor a oír el postrer veredicto y se fue como alma que lleva el diablo. Salió del hospital cuando más llovía con el paraguas en la mano y sin abrir. Se puso como una sopa y llegó a su casa empapado y con la cara del que cree que ya sólo le quedan unos pocos días. Su mujer, que lo conoce mejor que nadie, al verlo llegar con aquella carita de difunto, cogió el informe y para serenarlo, llamó a médico. El tumor cutáneo era sólo un granito de grasa, una especie de barrillo sin la menor importancia. Mi primo Arturo, desde entonces y, después de haber leído todos los tratados sobre enfermedades cutáneas -incluidos los tumores- sigue con la mosca detrás del… cuello. La culpa la tienen los médicos con sus terminologías exageradas. Con lo fácil que hubiera sido decirle al pobre de mi primo Arturo que tenía un barrillo infectado. Cuando me lo contó, me acordé del gran Woody Allen. Le preguntaron, en cierta ocasión, que cuál era su expresión favorita. Él, tan hipocondriaco como primo Arturo, contestó sin dudarlo: Es benigno.

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