Si miro hacia atrás, tengo que reconocer que el exilio, dentro de los oscuros años de dictadura en los que transcurrió mi adolescencia, no es que fuera un tema tabú: directamente no existía. En mi caso, si llegué a él, fue a través de la literatura, de los escritores que sufrieron esta obligada expatriación, especialmente, y por preferencias personales, Antonio Machado y Luis Cernuda. La cuestión ha vuelto de nuevo a mí por la celebración de las Jornadas «El exilio republicano. Una visión actual en clave de futuro», celebradas en el Alcázar de Jerez la semana pasada. Coordinadas por el jerezano-parisino Paco de la Rosa, docente en La Sorbona, ofrecieron una serie de conferencias sobre figuras o aspectos de este vergonzoso episodio de nuestra historia. La oportunidad de estas jornadas ha resultado manifiesta: no solo adelanta el 80 aniversario del final de la Guerra Civil, que provocó la salida de más de medio millón de españoles a un exilio incierto, sino que casi vinieron a coincidir con el del fallecimiento de Antonio Machado, que se cumple, precisamente, mañana. El poeta, que murió recién iniciado su exilio en la ciudad francesa de Colliure, constituye un símbolo de aquello que nuestros vecinos nombran en español, «la retirada», un tristísimo éxodo realizado en condiciones calamitosas que da escalofrío recordar y que, sin duda, aceleró la muerte del escritor. Este fue recordado por el profesor Julio Neira con igual brillantez que Maribel Cintas evocó la figura del escritor y periodista Manuel Chaves Nogales, que se fue en la soledad de un hospital londinense. Tomo a ellos dos como exponentes destacados, pero obviamente insuficientes, de unos hechos que afectaron tan dolorosamente a cientos de miles de compatriotas. El recuerdo de lo ocurrido debe ser tenido siempre en cuenta, pero quizás de forma especial en tiempos en los que se azuza y promueve el odio de forma tan frívola como irresponsable.

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