Convendrán conmigo en que, por lo que podemos escuchar o leer en los medios, en tierras catalanas insultar a alguien llamándole facha se ha convertido en un reiterado lugar común. Se les observa a ciertos catalanes un gatillo fácil para su uso y una gran versatilidad en su aplicación. La más extendida y conocida es calificar de facha a cualquiera que discrepe del procés. La más reciente, la de la alcaldesa Colau, que llamó de esa manera al histórico Almirante Cervera, gaditano por más señas, curiosamente fallecido en Puerto Real años antes del nacimiento de los movimientos fascistas en Europa. Da igual, parece que el calificativo vale lo mismo para un roto que para un descosido, pero molesta su uso de manera especial en cuanto es muestra de zafiedad y de ignorancia, y más cuando proviene de una responsable pública. Al hilo de la cuestión, se me ocurrieron dos reflexiones que les traslado. La primera es que resulta a todas luces injusto y de todo punto descabellado juzgar hechos o a personas que pertenecen a un tiempo histórico determinado con el prisma o los ojos de hoy. La segunda reflexión tiene que ver con un comportamiento que observo extendido y he visto repetido en muchas ocasiones entre la clase política. Consiste en que, cuando tienen que tomar una decisión que afecta a una persona o institución, para justificarla se suele recurrir a su demonización por medio de una muy medida difamación o, como es el caso, directamente con un insulto. Los políticos tiene la potestad y la responsabilidad de tomar decisiones, que para eso han sido elegidos democráticamente. En la toma de ellas, pueden acertar o equivocarse, pero, por favor, que las asuman con coherencia y no de la manera que lo ha realizado la alcaldesa Colau, que de paso ha hecho un ridículo histórico, nunca mejor dicho. Este es solo un ejemplo del comportamiento referido, pero créanme, hay muchos más y no son tan lejanos como piensan. Por doquier los hay.

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