Faena inolvidable

La resistencia apoyándose en el enemigo es heroica, pero inestable: es mejor el puro entusiasmo exento

No estuve en la corrida del 10 de mayo ni en ninguna de esta feria de abril (en mayo). Pero igual que la tarde gloriosa de Pablo Aguado queda en el recuerdo de quienes la contemplaron se queda en la recreación para mí. Había sido en Sevilla y una hora después algunos privilegiados que asistieron estaban cenando en El Puerto con nosotros. Como una ola que viene a estallar a la orilla, nos traían el son y el olor de la alta mar del toreo. La transmisión es así, como la tradición, pero en horizontal, como la AP-4. Ser nieto de quien vio torear a Domingo Ortega, ser amigo de quien vio torear a Pablo Aguado son también privilegios.

A veces a un amigo enfermo o a alguien que tiene una reunión complicada, les decimos: "Estoy contigo moralmente". ¿Sólo para lo malo? El espíritu no es tan cicatero, igual se puede estar en una feria, en una fiesta o hasta en la Fiesta Nacional de corazón. Existe algo estupendo en la religión católica que se llama bautismo de deseo, que te puede granjear nada menos que el paraíso; y otra maravilla que se llama comunión espiritual, que suple, en la medida de sus posibilidades, la sagrada comunión. Yo, que soy un firme partidario de las analogías, sostengo que se puede tener un bautismo de deseo en la pila de la Maestranza o una unión espiritual con la tanda única por la izquierda que te cuentan o representan, de pie, emocionados. Ayudan un poco los vídeos, lo confieso, pero vale mucho más el alma.

En cualquier caso, tengo que salirme de los medios. Lo importante no soy yo, sino lo que pasó. Veo con desazón como el mundo de los toros se desliza hacia una existencia conflictiva. Taurinos contra antitaurinos, y éstos como excusa o pie forzado para casi todas las loas a la tauromaquia. Tiene morbo, pero es morboso: la resistencia apoyándose en el enemigo es heroica, pero inestable. El entusiasmo es más sano. Lo importante de la faena del 10 de mayo en la Maestranza es que se habla del toreo por sí, de sí, ensimismado, sin polémicas políticas.

La emoción es emulativa y contagiosa, pedagógica. El bien que esta apoteosis traiga al toreo depende de que seamos, los que no estuvimos, buenos transmisores de esa emoción que trasciende el círculo cerrado de su tarde gloriosa. Dichosos los que creen sin ver, si me permiten otra analogía. Y otra: Homero, padre y epítome de los poetas, inmortalizó una guerra de Troya que no vio, en ninguno de los sentidos.

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