'Fake'

Ahora ya todos somos actores que intentamos obtener unos pocos aplausos con nuestro llanto ficticio

Secretamente, casi todos los políticos importantes del siglo XX se han visto a sí mismos como grandes actores de una superproducción que ellos mismos estaban protagonizado en la vida real (y que también estaban dirigiendo y produciendo y supervisando). Quizá todo empezó en 1928, hace casi cien años, cuando se estrenó la película soviética Octubre, de Sergei Eisenstein, que recreaba los hechos de la Revolución de Octubre de 1917. En la película intervinieron unos 11.000 extras, muchos de los cuales habían participado en los combates reales de la toma del Palacio de Invierno. Dado que los sucesos estaban muy vivos en la memoria de los espectadores, hubo que recurrir a actores no profesionales. Para el papel de Lenin, Eisenstein tuvo que usar a un obrero de una fábrica de cemento, al que le raparon la cabeza y al que le pusieron una perilla falsa. Para el papel de Trotski tuvieron que recurrir a un dentista. Y para el papel de Kerenski, el jefe del Gobierno provisional derrocado por los bolcheviques, hubo que usar a un estudiante universitario que parecía tan rígido y acartonado como el protagonista de Nosferatu. Cuando se estrenó la película, el poeta Maiakovski escribió que el gesticulante actor que interpretaba a Lenin -el obrero de la fábrica de cemento- no parecía Lenin, sino una estatua de Lenin.

El otro día, al ver al alcalde de Minneapolis llorando como una magdalena ante el féretro de George Floyd -el ciudadano afroamericano asesinado por un policía-, me acordé del histriónico obrero de la fábrica de cemento que interpretaba a Lenin en Octubre. Cien años después, no era un pésimo actor amateur quien interpretaba al político real, sino que el político real se había convertido en un pésimo actor amateur. El alcalde, consciente de las cámaras, se dejaba llevar por un llanto tan falso como el de una función escolar. Pero ese alcalde, por supuesto, no era el único actor de este reality ininterrumpido en el que se ha convertido nuestra vida. Porque ahora ya todos somos actores que intentatamos obtener unos pocos aplausos con nuestro llanto ficticio o nuestras ocurrencias o nuestras supuestas virtudes morales. Todo ya se ha vuelto fake, todo es impostado, escenificado, guionizado, falseado. No hay lágrimas reales, ni protestas reales, ni dolor real, ni agravios reales. Todo es falso, sí, todo.

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