HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Falso derecho

Los tiempos de confusión lo son de tribulación, pero pocos se atribulan cuando la confusión es la normalidad. Los vericuetos y albañales por donde el aborto ha terminado por desembocar en 'derecho, de izquierda y progresista', sin ser ninguna de las tres cosas, pertenecen a esos enredos morales que adquieren legalidad, sin ser lícitos ni legítimos, y acaban en dogma. No es un derecho porque conculca otros más antiguos, naturales y, nunca mejor dicho, de mejor derecho. No es de izquierda porque existe desde milenios antes de que naciera este concepto, ayer tarde en la historia contemporánea. No es progresista porque el progreso no es un monolito, ni algo unívoco y unidireccional, y también empezó en tan remotos tiempos que las encargadas de contárnoslo son la paleoantropología y la arqueología. El hombre es soberbio e ingenuo a la vez y cree que su vida transcurre en años de grandes avances y modernidades nunca vistos. Lo creía el hombre de Altamira y lo cree el de hoy.

El aborto es una repugnancia como quiera que se mire. Seguramente deberá estar en la legislación para casos excepcionales, sin desbrozarle el camino, dejándolo a la conciencia particular en las excepciones, nunca como un derecho, que es gran disparate, ni como solución a un problema en un ambiente de relativismo, en el que se enseña la irresponsabilidad abstracta y no el dominio personal de sí mismo mediante la educación en el conocimiento de lo puramente humano. La izquierda tomó para sí el aborto, como tantas otras cosas antiguas que no pueden ser de izquierdas, en cuanto pudo fundar dictaduras comunistas y como parte de la ingeniería social propia de los totalitarismos, pero no estaba en la mente de los líderes reaccionarios la conquista de un derecho progresista, aunque se lo hicieran creer a los ilusionados con ser libres, sino como una forma expeditiva de control de población, igual que había sido siempre, desde los pueblos primitivos, con la diferencia substancial de que en los pueblos primitivos se consideraba un mal empujado por la escasez, y en las legislaciones posteriores de influencia cristiana, un delito. Es verdad que se hacía la vista gorda y el delito pasaba por negligencia, pero era delito sobre el papel para que constara como mal moral.

Hacer del aborto una moral, una conquista social que nos hace más libres, es una mentira de tal magnitud y de consecuencias tales, que no se les puede ocurrir sino a mentes perversas, que son, como tanto se repite en esta columna, las que piensan cómo hacer el mal a sabiendas. La fortaleza de las ideologías de vocación totalitaria está en la debilidad de las sociedades donde se imponen. La ley natural y el conocimiento de lo puramente humano son los grandes estorbos para los modelos de sociedad extraños a la naturaleza del hombre, pues impiden hacer de los delirios políticos una moral.

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