Faustino Menéndez Pidal

Durante su extensa y fructífera vida, no dejó de estudiar, de trabajar y de iluminar las ciencias históricas

Hace unos días, el 21 de agosto, falleció en su casona familiar de Cintruénigo, en la Navarra al sur del Ebro, don Faustino Menéndez Pidal de Navascués, uno de los pocos hombres verdaderamente sabios en lo suyo que he podido conocer. Murió como había vivido y como, seguramente, habría elegido si le hubiera sido dado escoger: discreta, silenciosamente y en gracia de Dios. Eso, después de una vida de casi 95 largos y fructíferos años, en los que no se ha dejado de estudiar, de trabajar y de iluminar las ciencias históricas ni un solo día, parece más un bello colofón que un hecho luctuoso.

Dedicar la vida a disciplinas tan peculiares como la Emblemática, la Heráldica o la Sigilografía, en un país como España, donde tradicionalmente han sufrido el desprecio y la ignorancia de la mayor parte del mundo académico, es en sí un acto heroico. Hacerlo cuando la profesión propia es la de ingeniero de caminos, parece ya rasgo de locura más que empeño intelectual, pero quizá sea esa una de las claves de la dignificación que sólo Faustino Menéndez Pidal pudo conseguir para esas ciencias: su dedicación no procedía de la necesidad de arrancar unas pesetas a la vanidad, sino de su superior visión del fenómeno heráldico como una de las claves más elocuentes y fieles para abrirnos la mentalidad y los códigos de valores de un universo histórico desaparecido, el de la nobleza europea. Un universo que, casi intuitivamente, el anciano estudioso conocía como nadie, tal como pudo reflejar en alguna obra maestra sobre la materia.

En alguna ocasión, hace ya años, pude traerlo a la Universidad de Cádiz para que impartiera memorables conferencias, pero fue Sevilla, entre las ciudades andaluzas, la que supo distinguirlo más elocuentemente: primero, como ha recordado Enriqueta Vila, cuando le llamó a integrar, como académico de la Historia y personalidad científica más reputada, la comisión que habría de informar sobre la hoy bandera de la ciudad -y fue suya la aclaración heráldica que nos puso a otros sobre la pista del verdadero origen del famoso NO&DO-; en segundo lugar, al concederle el primero de los prestigiosos premios Cultura y Nobleza anualmente concedidos por la Real Maestranza de Caballería y la Academia de Buenas Letras, ganado con una obra ciclópea que resume sus inmensos saberes. Descanse en paz el maestro, el amigo, el hombre bueno y sabio, el cristiano ejemplar.

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