Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Fe en los zombis

DICEN los periódicos, con un optimismo cartesiano de la mejor ley, que la sentencia absolutoria dictada por la Audiencia de Madrid sobre la fabulosa relación entre ETA y el ácido bórico entierra o incluso, taurinamente, "da la puntilla" a la teoría de las conspiración del 11-M. En terrenos racionales la apreciación es exacta, pero en ámbitos visionarios es estrictamente falsa. Depende de en qué esfera coloquemos a los confabuladores del 11-M. Si la teoría de la conspiración hubiera sido en algún momento un argumento racional, es decir, una hipótesis respaldada con alguna evidencia que demostrara toda esa concatenación de extravagancias criminales, no habría durado más de un minuto. En el segundo minuto, sus defensores se habrían replegado, pedido perdón y a otra cosa. Pero no ha sido así.

La defensa de semejante disparate, y su mantenimiento en el tiempo mediante añadidos provenientes de aquí y de allá, sólo tiene una explicación: pertenece al mismo ámbito que la fe en los muertos vivientes, las casas encantadas y las marimantas, pero con más intención. Por tanto, cualquier esfuerzo de refutación racional o jurídica está condenado al fracaso. Y del mismo modo que muchas personas siguen creyendo en los zombis y en otras paparruchas, me temo que siempre subsistirán los interesados en defender que los el 11-M lo tramó Zapatero para ganar las elecciones. Si no valió la sentencia del 11-M para acabar con los delirios, ¿cómo va a valer la más modesta del ácido bórico?

¿Cómo es posible, se preguntará alguien, que todavía se sostenga la teoría conspirativa? Pues por la misma razón que los quirománticos siguen manteniendo el crédito de sus clientes. Por su dotes para el embuste y por un interés en mantener vivo el negocio que se deriva de las patrañas. Y la del 11-M no es una excepción. Ha sido un negocio informativo espléndido que sus sustentadores no están dispuestos a perder, aunque para ello tengan que recurrir a las argucias más sucias y descaradas.

Pero además la teoría de la conspiración ha sido un preciado negocio político, es decir, una industria de fabricar insinuaciones que, en apariencia, iban a servir no sólo para arrinconar al contrario sino para acogotarlo electoralmente y mandarlo a la oposición. En la práctica, sin embargo, sólo ha servido para ensuciar la coexistencia política durante cuatro años largos. Es cierto que el PP, después de respaldarlo, se ha alejado discretamente del compló y se ha sacado de encima a algunos de sus apóstoles, pero eso no significa que de vez en cuando alguien, como el otro día De Cospedal, caiga en la tentación y reincida, ya sea por rutina o como un guiño de complicidad a los compañeros de viaje.

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