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PENSÉ que la fantasmagoría de la Alianza de Civilizaciones se había condenado al silencio para no seguir haciendo el ridículo en el mundo. Rescatada de su propia nada, esta semana se celebra en Madrid el Primer Foro de la Alianza de Civilizaciones. Se pueden aliar los Estados, las naciones, los pueblos, las ciudades, incluso las personas particulares; pero las civilizaciones, por desgracia, no pueden aliarse porque son entes abstractos, sin límites claros ni cabeza visible que las represente. No se conoce en la Historia de la Humanidad ningún caso de civilizaciones aliadas y es de prever, sin ser adivinos, que no se conocerá ninguno en el futuro. Suena bien, sin embargo, como el Paraíso de los Justos, la Gloria de los Bienaventurados, el Cielo Empíreo o la Metafísica, y esto habrá hecho que muchos ingenuos y simples hayan creído en que las civilizaciones son como sociedades recreativas que pueden organizar excursiones de convivencia juntas y campeonatos de dominó.

Es más atractivo -ya lo decía Voltaire en su siglo- creer en milagros, en apariciones celestiales, en la hermandad y la paz universales por medio de la bondad y el diálogo que enfrentarse a la realidad. Lo primero consuela al hombre atribulado y frágil, vulnerable y desprotegido, lo segundo lo hunde en la desesperanza. Una de las maneras de no desesperar es no creer en la Alianza de Civilizaciones para no sufrir luego mayores decepciones de las que sufrimos. El presidente del Gobierno de España hubiera sido con seguridad un buen párroco joven, sin los trastornos del cura de Ars, y hubiera confortado a muchas almas de fe sencilla. Pero lo que en la fe son misterios que entenderemos en otra vida mejor, en el gobernar de diario son vaciedades, entelequias, nubes cambiantes, ahora con forma de pájaro y poco después de barco. Más prudente sería prepararnos, sin alarmar demasiado, para un posible choque de civilizaciones, motivo de verdadera alarma para las personas sensatas, que para una alianza imposible.

¿Qué es una civilización y quién la representa? Dejando flecos por todas partes, podríamos decir que una civilización es un modelo de sociedad, un sistema de pensamiento, una manera de entender la vida y una forma de vivirla, pero no deja de ser una vaguedad. Nos sentimos miembros de una civilización y reconocemos, más por intuición que por certeza, a otros que también pertenecen a ella, pero nadie nos representa como tal civilización. Lo mismo se puede decir de cualquier otra. Comprendo, de verdad, que los buenos ignorantes y los ilusos sin remedio se emocionen viendo a un jefe de Gobierno dirigir España como si fuera una pequeña parroquia de los montes de León, pero también los lectores deben comprender que quien les escribe sienta miedo.

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