Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Ni Forsythe harto de escocés

Cuanto más tiempo llevas vivido, más cabal te resulta la expresión "la realidad supera a la ficción". Lo recordaba esta semana una amiga al hilo de la situación política en que se encuentra Estados Unidos. Ni harto de whisky, alguien podría haber concebido un guión que relatara el tránsito de una presidencia como la de Obama a la de un personaje como Donald Trump. Sus estilos, sus parejas y familias, por no hablar de sus fenotipos, no pueden diferir más. Si Frederick Forsythe, decía ella, hubiera querido idear hace 30 años una trama rocambolesca, no hubiera osado llegar tan lejos: a un presidente medio negro, medio asiático y con cuarterón musulmán, comprometido contra la pobreza y la creciente desigualdad, que para muchos es el mejor presidente del país más poderoso de la Tierra de las últimas décadas, lo sucede un personaje que no admite caricatura, porque directamente es pura parodia y bufonada: grotesco, ostentoso de todas las fobias y tópicos sobre mujeres, homosexuales y razas; teñido como una maruja costeada o una locaza que no acepta la decadencia física, prepotente y rijoso hasta el patetismo y más allá. Un peligro de sujeto, según todos los síntomas. Ojalá nos equivoquemos.

Forsythe, Clancy o Le Carré habrían caído en desgracia ante sus millones de lectores sin hubieran planteado una trama que comenzara así. Si inverosímil resulta ésta, más aún, e incluso hilarante, se nos antoja el nuevo papel del oso soviético mal pintarrajeado de demócrata y capitalista. "¿Es que has perdido la sesera, Frederick (Tom, John)?", le espetaría el editor. El gélido sátrapa comucapitalista, el inquietante y pérfido Vladimir Putin, a partir un piñón con el hortera plutócrata de Donald. No nos pueden desmontar las certezas de la incompatibilidad entre Rusia y Estados Unidos así, sin anestesia. No puede ser que sean aliados que influyen en la urnas mediante una red de espionaje que nadie en su sano juicio hubiera concebido. Qué fue de aquellos simulacros diarios de ataque nuclear soviético a los que se sometía a los niños estadounidenses en el colegio, metiendo a la amenaza rusa en su miedo y su odio más profundos. Cómo podremos digerir un paseo a caballo de Putin y Trump, ambos con el torso desnudo y el golpe de farmatint atómico, cabalgando por el rancho del americano o la dacha del ruso, sin caer en una profunda confusión histórica, en la asunción final de que ya es lo que nos quedaba por ver.

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