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Rafael Sánchez / Saus

Francia y el horror al futuro

QUE la Francia más a la derecha de las últimas décadas haya elegido un presidente socialista puede sorprender, pero no en Andalucía, donde una de las sociedades más tradicionales e inamovibles de Europa lleva más de treinta años bajo ese signo. Pero François Hollande es hoy presidente de Francia, por estrecho margen, en virtud de factores que tienen más que ver con la recomposición de la dominante derecha francesa que por los méritos de la izquierda, especialmente de unos socialistas que, por sí mismos, no han aportado ni la mitad de los votos necesarios para el empeño.

El gran Sarkozy -dicho sea sin ironía alguna- ha perdido la Presidencia porque una parte de los votantes de Marine Le Pen, sin duda los más radicales y convencidos, le han negado su apoyo. Eso indican los índices de abstención superiores a la media en los departamentos en que el Frente Nacional tiene mayor peso. Si esa estrategia ha sido correcta lo veremos pronto, pues las legislativas de junio darán las claves de la política francesa durante el mandato de Hollande. El papel creciente del Frente Nacional, a pesar de ser el gran perjudicado por el sistema electoral, ha de pasar esa prueba, lo mismo que el nuevo presidente. Sólo después, y especialmente cuando se conozca el avance de presupuestos para 2013, lo que ocurrirá ya en julio, podremos saber hacia dónde caminará Francia y si Hollande poseerá margen para imponer las ideas que parecen haber revitalizado a la izquierda francesa y han encendido, por fin, una bombilla en la amplia frente de Rubalcaba.

Lo cierto es que los problemas de Francia, disimulados por el preeminente papel de Sarkozy junto a Angela Merkel, se asientan en un volumen de gasto público equivalente al 56% del PIB, una deuda estatal del 100% y una estructura funcionarial intocable, doble de la alemana, verdadera columna vertebral de la República. Y es que en toda Europa las dificultades arraigan en los mismos fenómenos, aunque en cada país presenten rasgos propios. Sociedades envejecidas, insostenibles demográfica y económicamente, desmontadas por el culto a un individualismo sin referentes que necesita, para realizarse, de un Estado desbordado en sus atribuciones. Sociedades que, en París, en Sevilla o en Atenas gritan al mundo desde las urnas que no ellas, el resto de la humanidad debe pagar por su crisis.

Lo más triste de la exultante juventud que el domingo celebraba el triunfo de Hollande como propio es que, en el fondo, su mayor aspiración es vivir como sus padres. Y a ser posible, gratis.

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