En tránsito
Eduardo Jordá
Vivienda
Su propio afán
Yo no me río tanto con el lapsus de Irene Montero. Por una razón vanidosa y otra general. La primera, que eso desbanca el récord de ridículo de antes: aquella alta representante de la administración de Educación que ante un nutrido grupo de profesores y profesoras, alumnos y alumnas y padres y madres nos recordó que teníamos que cumplir los requisitos y las requisitas. Hay que reconocer que «fuerzos y cuerpas» es mucho más hilarante, pero las requisitas las oí yo con estos oídos y estas orejas. Era una anécdota mía. Lo de Montero es mejor, pero, ay, de todos.
En general, del lenguaje inclusivo me preocupa su resiliencia. Resiste a las recomendaciones constantes de la Real Academia de la Lengua, a las propias reglas internas del lenguaje, al cansancio auditivo y al traspiés reiterado. Casi cualquiera que trinca un micrófono lo perpetra. Me espanta que se imponga.
No por el tropezón, que nos divierte («Fuerzos y cuerpas», ji, ji, ji, tan susceptible, además, de una freudiana lectura machistoide). No por la RAE. No. Por los clásicos: una vez que se imponga, nada prevendrá que las nuevas generaciones lean el mejor español de la historia con un inevitable eco machista, que naturalmente no tuvo nunca, pero que se le adherirá. O habrá que retocar el texto, y será aún peor. O poner notas a pie de página explicando el plural genérico.
Con el clima está pasando algo similar. Contreras Espuny daba la voz de alarma en el artículo «El acabóse». Temeroso del cambio climático, ya sólo está tranquilo en invierno y en sus días más desapacibles, fríos y lluviosos. El buen tiempo le aterroriza: «Hoy, lamentablemente, está siendo un día estupendo, ayer no fue peor, y mañana, según pronostica Maldonado, tendremos otro día de calamitosa belleza. De buena mañana subo a la azotea para llevarme un disgusto: el cielo está tan azul y tan alto […] todo es tan nítido, tan transparente, que los colores se pavonean, distinguibles y distinguidos. Me tortura esta sádica forma que tiene el mundo de acabarse». ¿Se entenderá en unos años tantísima literatura donde la lluvia era melancólica, la primavera alegre, el verano sensual y la nieve un signo tétrico de soledad?
El tiempo climático y estos tiempos quieren echar a los libros más tiempo encima del que les corresponde. Qué contratiempos. Ojalá los fuerzos de la inteligencia y las cuerpas del sentido común velen por nuestra seguridad literaria.
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