Leo sin sorpresa un informe de la Cámara de Comercio y Eusa en el que se recoge que el 40% de los jóvenes sevillanos comprendidos entre 16 y 18 años aspiran a convertirse en funcionarios. Del 60% restante, la mitad espera trabajar por cuenta ajena y sólo un 30% se siente llamado a montar su empresa. Y digo sin sorpresa, porque no esperaba otra cosa. En primer lugar por cuestiones de mentalidad. El tópico extendido de que el funcionariado no sólo no se mata trabajando, sino que tiene asegurado el sueldo para toda la vida independientemente de su capacidad y eficacia, ha calado durante años en las familias. A ello contribuyen algunas administraciones que por su duplicidad e idiosincrasia retroalimentan continuamente el tópico.

Pensándolo bien, no son tan torpes ni tan flojos nuestros jóvenes. Son cómodos y prácticos. Si uno decide establecerse en algo por su cuenta, como se ha dicho siempre, o convertirse en emprendedor como se dice ahora, verá pronto que una cosa es lo que se predica y otra lo que se hace. Tanto como se les llena la boca a algunos con palabras como sostenibilidad, biodiversidad o consenso, pronto veremos cuanto de huero y de retahíla hay en sus palabras. Y un término que se ha metido de lleno en ese lenguaje repetitivo y vacío es el de emprendimiento.

Si uno lee ciertas informaciones da la impresión de que el que quiere montar una empresa lo tiene facilísimo y que las ayudas que recibirá por parte de las administraciones y los créditos financieros serán numerosos e irrechazables. La verdad es bien distinta. Un chaval que acaba un grado o quiere montar simplemente una peluquería, además de tener que pagar elevados alquileres, será asediado por requisitos y tasas que le harán partir con un déficit de cientos de euros antes de comenzar. Luego, será machacado a impuestos y la cuota de autónomos, con la desigualdad que conlleva comparándola con el régimen general. Las grandes empresas seguro que se benefician de las sustanciosas ayudas, pero no los jóvenes que intentan incorporarse al mercado laboral. No es raro que quieran ser funcionarios. Se han quedado cortos. Recuerdo una viñeta de un chiste en la que un señor le preguntaba a un niño: ¿Y tú, Manolito, qué quieres ser de mayor? Yo, pensionista, contestó. Está claro, pensionista o funcionario. ¡Tanto rollo de emprendimiento!

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