SIEMPRE me llamó la atención que el indio de las películas del oeste se llamara Gerónimo y no, Búfalo Veloz o Rayo de la Mañana. Algo así como si en la copla, la desgraciadita gitana se llamara Jessica, en vez de María de la O. O, que el señor Mérimée hubiera llamado Vanessa a la Carmen de España. Algo chirriaba.

Más tarde descubrí que la historia de España que me habían enseñado en el colegio, o no era del todo real, o estaba incompleta. Nunca me hablaron de los episodios gloriosos que hicieron posible la existencia de un Imperio durante más de cuatrocientos años. Por el contrario, recibí información exhaustiva, de todo lo calamitoso y catastrófico de España en América. Tampoco comprendía porqué miles de británicos matando apaches en las praderas de Sonora, con rifles 'winchester' eran unos héroes y, trescientos años antes, Hernán Cortés con cuatro de Ayamonte y tres arcabuces, derrotando a todo un imperio azteca con siete millones de habitantes, fuera un villano. Esta historia se viene contando con distinta vara de medir, lo que puedo entender cuando la cuentan los ingleses, pero no, cuando la cuentan españoles.

Desde hace algunos años, historiadores de aquí y, muchos de allá están comenzando a contarla con más objetividad y, al menos, sin que el relato suponga un agravio comparativo entre la América del norte y la del sur. Gracias a ellos pude conocer que buena parte de los actuales Estados Unidos pertenecieron al Virreinato de Nueva España, en concreto: California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma, Luisiana, Florida, Alabama, Misisipi y Alaska.

Y supe que al indio le pusieron Gerónimo en la pila bautismal, por ser hispano y cristiano, por la gracia de Su Majestad Católica.

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