Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Un grito por el mundo rural

Tan ensimismados estáis que no os dais cuenta de casi nada. Tantas veces, y durante tanto tiempo, pasáis mirando a vuestro ombligo, imaginando que es el más bonito entre todos los ombligos, a más del único que merece la pena ser contemplado, que no os enteráis de nada de lo que deberíais estar bien al tanto. No sé si es que sois demasiado engreídos para ‘saber’ que hay más mundos –y más ombligos-, además del vuestro; o simplemente que no dais más de vosotros, que sois así de ‘cortitos’, vaya. Lo cierto y verdad es que resultáis penosamente patéticos; vuestra actitud, deplorable; y, lo que vivís, lo que mueve esos resortes oxidados que confundís con emociones, es una paranoia delirante y angustiosa, fiel reflejo de lo lejos que os encontráis del auténtico disfrute.

Malvivís, encerrados entre cemento y asfalto; comiendo la basura, bien envuelta en plástico, que sale de cualquier supermercado; devorando eso que llaman ‘comida rápida’: mejunjes saturados de grasas, pringues variados, conservantes y colorantes, eso sí: de ‘última generación’, y con la ‘garantía’ de haber sido supervisados, y avalados, por la ‘OMS’ –’Organización Mundial de la Salud’-, la EFSA –siglas en inglés de ‘Autoridad Europea para la Sanidad de los Alimentos’-, el Ministerio de turno, o la Consejería de Sanidad que corresponda. Y por todo ese ejército de burócratas que se desplazan en largos viajes –que les pagamos- a los mejores hoteles –que también les pagamos- para comer en los más caros restaurantes –que les seguimos pagando-, para, al final, en el ratito que les sobra, firmar sesudos ‘tratados’ de comercio, dicen ellos, por los que se acaban trayendo naranjas baratas de Sudáfrica, lentejas de China, leche de Nueva Zelanda, tomates de Marruecos o arroz de Camboya; todo a “muy buen precio…”; para que nuestros agricultores y ganaderos, que se parten los lomos trabajando, que pagan todos sus impuestos, que cotizan a la Seguridad Social –por ellos y por los que trabajan para ellos-, que generan puestos de trabajo para propios y extraños, se van derechitos, y sin remisión, a la ruina, uno detrás de otro, asfixiados a impuestos, ahogados por normas irracionales y regulaciones de auténtico desatino, controlados hasta el absurdo y, en lógica e irremediable consecuencia, incapaces de poder luchar contra una competencia desleal, en condiciones discriminatorias, desiguales, injustas y canallescas que, paradójicamente, es favorecida por los malditos burócratas urbanitas a los que, a más inri, mantiene el mundo rural, con el sudor de su frente.

Luego, un fin de semana cualquiera, para ‘desconectar’ y escapar del ‘estrés’ de tanto trabajo y tanto “agobio… ¿¿??, pilláis el último modelo de ‘SUV’ que os habéis agenciado –con el sudor de otras pieles, que no de las vuestras- y os vais a una casita rural, a ‘disfrutar’ de la ¿¿naturaleza??

Pero claro, resulta que viene el gallo y no se le ocurre otra cosa que ponerse a cantar al alba, o sea, cuándo se ha hecho desde que los gallos son gallos, y a vosotros os molesta. Y vais, y denunciáis al pobre dueño del gallinero que ha tenido la mala suerte de tener a sus gallos y gallinas cerca de la dichosa casita en la que disfrutáis del ‘merecido’ retiro –esto que cuento, es verídico-; ellas ponen los huevos que os coméis en el desayuno ‘buffet’, adornados con los ‘antioxidantes’ de moda y la última inútil mamada que os ha recomendado vuestro dietista. Y al hombre le cierran el gallinero, y vosotros seguiréis comiendo huevos, pero como el paisano ya no tiene gallinas, os los traerán de Madagascar –que serán más baratos y, de paso, podréis hacer una escapadita ‘de trabajo’ a Antananarivo, su capital, para daros un homenaje del 15, por supuesto, a nuestra costa, y firmar otro de vuestros ‘trataditos’ de los cojones–. Y regresáis de la ‘casita del gallo’, ‘con las pilas cargadas’, a vuestro trabajo de mierda, habiendo hundido en la mierda, la de verdad, a quien os ha dado y os da de comer, el mismo que os paga todos vuestros desmadres y el sueldo y las dietas y la jubilación que no habéis trabajado. Y el hombre se irá al paro, con una prestación de miseria, y si tiene mala suerte y le pilla mayor: a la jubilación. Y entonces le diréis que no hay dinero para pagar su pensión -mientras descorcháis una botella de buen vino y mandáis al chofer, en el coche oficial, a por bombones a la pastelería más cara de Madrid, ¿verdad Elenita?-. Y el hombre se refugiará en una residencia, y estará mal atendido -por falta de presupuesto-, y le darán poco y mal de comer –“está la cosa mu mala…”-, y no habrá personal especializado ni médicos suficientes para atenderle en condiciones -porque “no hay dinero”, se fundió en putas, cocaína, chaperos, langostinos, champanes y orgías varias-, y cuando se aproxime el final, lo aparcarán en un pasillo, aguardando un turno que llegará tarde, anotado en una infame lista, más que de espera, de vergüenza e ignominia. Y el paisano acabará sus días sin que muy pocos recuerden que sin él, y todos los que como él son: las gentes de campo; los demás no hubiésemos sido, ni seríamos, nada.

Gentes: vuestro mundo de hormigón armado y acero, de móviles y hamburguesas de plástico, de pan congelado y centros comerciales, tiene sus cimientos en el campo; no lo olvidéis, como desde hace demasiado tiempo lo estáis haciendo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios