Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Guacamole con garbanzos

Resulta… no sé, algo muy cercano a lo incompatible: ¡garbanzos con guacamole! Lo cierto es que, no sólo no apetece, en absoluto, es que es una estúpida manera de echar a perder dos platos deliciosos. Cada uno de ellos: los garbanzos con casi todo: tagarninas, espárragos trigueros, acelgas, espinacas, langostinos, almejas…, y el guacamole, con unos buenos aguacates, cebollas, tomates, pimientos y limas, muy chiquitas y muy verdes; cada uno de ellos es un manjar suculento, expresivo, placentero y muy, muy rico; pero claro, sin nos hacen mezclar un refrescante y sabrosón guacamole con un plato, hasta la bandera, de reconfortantes y deliciosos garbanzos con, por ejemplo, tagarninas -son mis preferidos-, la componenda resultante va a conseguir que ni apreciemos el primero ni valoremos el segundo, ¿por qué? En primer lugar porque cada uno de ellos está pensado, elaborado y adecuado a diferentes estaciones del año, por clima, temperatura y condición: los garbanzos, reconstituyentes, “poderosos”, y energéticos, para augurios otoñales y los consecuentes fríos invernales; el guacamole, en el verano caluroso, y la refrescante primavera que anuncia su llegada. Ni mejor el otro ni peor el uno: distintos, y… mucho mejor, no revueltos.

Hete aquí que la dejadez de muchos, la desmedida ambición de unos pocos, el odio de aquellos, la impotencia de los que tendrían que haber podido, la desesperación de quienes podrían haber debido poder, el larvado revanchismo de otros, la ignorancia en demasía y de demasiados, la ceguera política, la pereza social y, por encima de todo, la estupidez congénita de una aterradora cantidad de nuestros conciudadanos; entre todos, en desamor y peor compaña, consiguieron, no sólo dar visos de realidad sino parir la tormenta perfecta.

En la naturaleza; de la que, por cierto, cada vez estamos más distanciados a pesar del “ecologismo” casposo, politizado y enganchado a la subvención, que pretende la cuadratura del círculo sin ser capaz de hacer la “o” con un canuto; en la naturaleza, escribía, las tormentas “perfectas” no obedecen sino a la conjunción de unas condiciones que, al coincidir en tiempo, intensidad y ubicación, desarrollan en imparable “armonía” su ya de por sí enorme potencial, multiplicando los efectos de sus devastadoras secuelas. Luego, la calma vuelve a ocupar el lugar que corresponde, sin que los altivos dioses, padres de la tempestad, muestren enfado por ello.

En lo que los hombres hemos hecho con nuestra naturaleza: la sociedad en la que peleamos, los más de los días, por sólo sobrevivir; tanto las causas -rara vez se trata de una sola-, como el posterior desarrollo del cataclismo, y las funestas consecuencias de esas “tormentas perfectas” que dejamos caer sobre los aconteceres diarios de nuestras vidas, se asientan en “razones” muy alejadas de lo natural. Son las descontroladas pasiones, en la peor de sus acepciones, de los humanos, las que, desoyendo sensatez, prudencia, y lealtad, arrasan con todo lo que, a su entender, consideran obstáculo para lograr el fin por el que no están dispuestos a morir, pero sí a matar. Puede que en sentido figurado… al principio, después… después cualquiera de los escenarios imaginado puede dejar de serlo y saltar al mundo real.

Ni los garbanzos con el guacamole, ni el agua con el aceite, ni el chorizo con la velocidad. Por inapropiados, incompatibles, o, simplemente, imposibles: lo que no une, distancia.

No importa el “ahora”, en política no debiera existir el ahora. Los políticos, si en verdad lo fuesen, debieran empeñarse en el mañana, no en el suyo – que es a lo que la mayoría se dedica-, si no en el de todos nosotros: los ciudadanos que los votamos, o no. Las cosas, las de todos, serían entonces más como deberían ser; las vidas, las de todos, estarían, si no más cerca de asir retazos de sosiego y paz, que pudiese ser, con seguridad más lejos de padecer eternidades de infelicidad; el tiempo, que nos arrastra primero y nos empuja después, podría dejar de tener la nociva relevancia que le regalamos: no sería el tanto, sino el cómo: ¿calibrar el paso, sucesivo e inalterable, de soles y lunas, o palpar el torrente, siempre nuevo y diferente, de sensaciones, sentimientos y sentires…?

No es que no nos den lo que necesitamos, es que no nos dan las herramientas para construir lo que nos hace falta. Están absortos en buscar las suyas. Nadie les llamó, mucho menos les forzó. Se postularon, con una pancarta por delante y el vacío, cuando no algo peor, por detrás. Bajo esas garras estamos.

No escuches lo que dicen, mira lo que hacen. Y lo que hacen, lo que nos han hecho y lo que nos siguen haciendo, está aquí, no “ahí”, ¡aquí! No hay un proyecto de nación, no les interesa España; no existe preocupación por la que se nos viene encima -pueden creerlo o no, pero lo peor no ha llegado, ni siquiera ha asomado-, sólo por conservar el poder, al precio que les permitamos pagar por ello; no hay coherencia, conocimiento, estudio, dedicación, habilidad… ni interés… ni sensatez ni honradez ni, sobre todo, lealtad, ¡nada de esto hay!, ¿Qué podemos esperar sino una tormenta “perfecta”.

El gazpacho institucional que Sánchez ha cocinado en los fogones de La Moncloa, es un imposible disfrazado de hada madrina. Los “ingredientes” con los que el presidente ha elaborado un gobierno carente de casi todo, menos de carencias, sobrado de cinismo, ineptitud, intervencionismo y personal, son un sofisma, una pura y elaborada falacia. Pero es que los aderezos de los que se sirve para sostener -mejor: mantener- la “coalición” que le permite seguir contando con la mayoría en el Congreso, son como mezclar ácido con agua: el agua es la pobre España -con los españoles dentro-, el ácido, los que la censuran y detestan, los que la odian y desean romperla, los que abominan de lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos llegar a ser… si ellos no estuviesen al mando, si llamásemos pan al pan y al vino, vino, si no mezclásemos garbanzos con guacamole, ni churras con merinas, y si no consintiésemos que relacionen, como dogmático teorema, el chorizo con la velocidad. No creas en lo que dicen, confía en lo que hagan.

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