Tribuna libre

Juan Luis Selma

Sacerdote

Guadalupe, una mujer que se adelantó a su tiempo

Qué es un santo? Este próximo sábado el Palacio Vistalegre Arena de Madrid va a ser testigo de un acontecimiento poco frecuente, la beatificación de una mujer, de Guadalupe Ortiz de Landázuri. Todo un ejemplo que se adelantó a los tiempos, y que hoy la Iglesia nos pone como modelo e intercesora. En palabras del prelado del Opus Dei, Guadalupe vivió una vocación apasionada, sencilla y alegre.

Un santo para la Iglesia es alguien que ha vivido su fe. Que ha dejado crecer en su vida el amor de Dios. Una persona de carne y hueso como todos, pero que no se ha quedado ahí. Que siendo humano reacciona de otro modo. Por ejemplo, Guadalupe asistió a la ejecución de su padre en la Cárcel Modelo.

Escribe su hermano Eduardo: "Mucho se podría contar de aquella noche que pasamos juntos mis padres, Guadalupe y yo -; de la entereza de mi padre no aceptando un indulto que le colocaba frente a sus compañeros del Cuerpo de Artillería, del valor de Guadalupe, que externamente no se inmutó, dando fuerzas con su serenidad a mi madre y, desde luego, a mí".

Esto no le dejó ningún resquemor, perdonó y durante su estancia en México frecuentó, hizo favores y amistades entre la colonia de republicanos que allí estaban exiliados, alguno responsable de esta muerte.

El santo es fruto de su tiempo, pero va más allá. Guadalupe hija de militar, la única mujer entre sus hermanos, con sólo cuatro compañeras en las aulas donde estudió Ciencias Químicas, no se conformó con el papel que le marcaba la sociedad. Fue una mujer que más allá de su época. Valiente, independiente, aventurera, apasionada y decidida. Una soñadora inconformista.

Ser santo es lo más moderno y progresista. Es no actuar como dicta la moda, lo que hacen todos, lo políticamente correcto. Es no ver imposibles, no pararse ante las dificultades. Es un superarse constante sin ceder al desánimo, sin pararse ante los obstáculos y limitaciones. El santo deja obrar a Dios y hace milagros.

Apasionada, sabía amar. Notaba una inquietud en su alma y le preguntó a un antiguo compañero de químicas por un sacerdote que le pudiera aconsejar. Le dio la dirección de Josemaría Escrivá y en su primer encuentro le dijo: "Creo que tengo vocación".

La respuesta acerca de su posible vocación fue también sencilla: "Eso yo no te lo puedo decir. Si quieres, puedo ser tu director espiritual, confesarte, conocerte". Era exactamente lo que ella buscaba. "Tuve la sensación clara de que Dios me hablaba a través de aquel sacerdote, no sólo con sus palabras, sino con su oración de petición por mí", comentó después. Y al poco, el 19 de marzo de 1944 descubrió su vocación al Opus Dei.

Desde entonces supo hacer compatible el ejercicio de su profesión de química, la investigación, las tareas del hogar, los apostolados con mujeres jóvenes. Fue de las primeras que comenzaron la labor del Opus Dei en México.

Allí llegaron con nada y con muchas ganas de hacer apostolado y de servir. Cuenta en una carta a san Josemaría: "No sé si le dije que tres de nosotras estamos haciendo un curso de campo y granja que da un ingeniero agrónomo en el Colegio Francés; es muy práctico todo lo que enseña, y así tendremos más idea cuando empiece a funcionar la casa de campo Montefalco".

Puso tanto entusiasmo en su labor que en poco tiempo surgieron muchas vocaciones e iniciativas apostólicas y sociales. El trabajo de promoción de las campesinas le llenaba de ilusión.

El santo es el líder, el libertador y revolucionario. El que arrastra a otros para cambiar el mundo. Los demás le siguen porque es asequible, atrayente, auténtico. Se saben seguros a su lado, se sienten queridos, valorados e importantes. El santo sabe sacar lo mejor de los que le rodean, y estos confían en él.

Siempre anima, comprende, disculpa y entusiasma. Nunca te deja en la estacada, si caes te levanta, y si hace falta te lleva en hombros, pero no te deja tirado. Reza por ti, te hace feliz. El santo quiere y se hace querer. De Guadalupe decía una alumna suya: "Nos imantaba con su modo de hacer y de hablar". Nos enseñó a compaginar los distintos aspectos de la vida: el trabajo, la familia… "Lo tenía todo: guapa, bella, elegante, siempre alegre, buena compañera, santa. Para nosotras era santa, por la naturalidad con la que vivía su fe".

Un santo es feliz. Es alegre porque se sabe en buenas manos, en las de Dios. Contagia gozo a los demás. Cuando te mira te sonríe, te ve con esa chispa que dice que eres bienvenido, que le interesas. Te sientes dichoso. Y eso tiene un valor incalculable. Todo lo solventa con una sonrisa o una carcajada.

¿El secreto del santo? Quizá la mejor respuesta la ofreció Guadalupe al escribir: "Casi constantemente encuentro a Dios en todo; esa seguridad de Dios en mi camino, junto a mí, me da ilusión en todo".

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