La confrontación política está al rojo (ay) vivo. Abundan los que, aterrados o ateridos o atareados o atribulados o aturdidos, hacen votos de desinteresarse. Lo desaconsejo, porque la política ya no es (y eso es el problema) el arte de administrar racionalmente los recursos públicos, sino la pretensión de imponer una ideología (una y tiria) sobre troyanos que resistimos el asedio. De nuevo, "ser es defenderse".

Lo que no quita para que, sí, el ambiente esté cansino. Voy a telegrafiar cuatro reglas para sostener las propias posiciones sin agriarse. Serían los límites del cuadrilátero. La primera, no discutir los hechos. Lo que es verdad, aunque lo diga tu contrincante y le beneficie, se reconoce y agradece. Por honestidad y porque, como una parte trascendental de la postura conservadora implica que la verdad existe, cada vez que la reconocemos, aunque nos cueste, nos hacemos mucho más fuertes. A cambio, lo que no es verdad, se niega.

Dos, exigir reciprocidad. Una tolerancia en un solo sentido es una imposición tartufesca. La libertad de expresión o es para todos o no es. El respeto siempre va a pachas. Repicarle a los demás (a modo de terapia de choque) lo que ellos te dicen a ti y ver cómo se ofenden puede servir para que los más inteligentes lo entiendan.

Tres, no insultar jamás a tu rival ideológico por aquello que le disculparías a un amigo. Por ejemplo, vencer la tentación de mofarse de las vicisitudes vitales de alguien del partido rival cuando las mismas las tratarías con un respeto sacro en un amigo. Y no digamos ya los defectos físicos. Se critican con claridad los errores intelectuales y con fiereza las malas intenciones, nada más.

Por último, hay que recordar la teoría de los conjuntos que estudiábamos en la EGB. Quien no esté en nuestro grupo ideológico puede estarlo en uno deportivo. O puede unirnos la pasión por la literatura; o el gusto, chin, chin, por el vino de jerez; o el amor a los teckels. Todo eso hay que celebrarlo. Encerrar a alguien en un solo globo antagónico es hacerte carcelero. Que la pandemia nos haya robado ferias, fiestas y semanas santas, ritos de comunión de nuestras comunidades por encima de las diferencias, tiene efectos colaterales en la convivencia, me temo.

Cumpliendo con estas reglas, como las del marqués de Queensberry, ya podemos zurrarnos de lo lindo con tranquilidad, corteses y valientes. La política no está para menos.

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