TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

¿Habita Dios en el cerebro?

A YER, un año más, comenzó la Semana Mayor. Una semana esperada a lo largo de todo el año. En ella se pone de manifiesto la tradicional vinculación de nuestra sociedad con un tipo determinado de creencias religiosas.

Que la Ciencia y la Religión caminan por veredas distintas, no es una novedad. Que a lo largo de la historia ambas han tenido múltiples enfrentamientos, también es cosa sabida. Que la Religión ha pretendido tomar de la Ciencia aquello que venía a confirmar sus postulados, nadie lo puede negar. Y que cuando la Ciencia ha puesto el dedo en la llaga sobre algunos de los axiomas "sobrenaturales" de la Religión las alarmas comienzan a sonar despavoridas, también es un hecho de sobras conocido.

Digo todo esto, porque la prensa ha publicado recientes descubrimientos neurocientíficos en virtud de los cuales se puede afirmar que el hombre tiene a Dios en su cerebro. Se trataría de que el hombre tiene arraigada la idea de Dios en sus neuronas como un elemento de seguridad ante la incertidumbre, y como fuente de moralidad. O sea, que tenemos a Dios metido en el córtex cerebral controlando, de algún modo, nuestra red emocional.

Ítem más, estos mismos estudios han revelado que la mayoría de los creyentes, no importa el culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios. No sólo posee una figura humana, sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento y motivación que las personas. Y claro, uno que, aunque educado religiosamente, siempre ha sido fan de la Ciencia, comienza a entender muchos de los comportamientos que una parte de nuestra población tiene respecto a la Semana Santa.

En ella, a diario, ponemos cara humana a la divinidad, a una divinidad arrastrada a una serie de acontecimientos tremendamente humanos: la burla, el escarnio, la mofa, el castigo, la penitencia, la violencia, el perdón, etc. ¿Qué es, si no, ese diaporama en la calle, adornado de flores, olores y música, que representa la vida de Jesús? Necesitamos la seguridad de la idea de Dios; necesitamos ponerle cara humana; necesitamos sentirlo cercano; necesitamos hacerlo igual a nosotros, con nuestros mismos problemas; necesitamos manifestar ritualmente nuestras emociones alrededor de una idea de divinidad que nos proteja y oriente. Pero si además somos capaces de adobar el rito con las suficientes dosis de paganismo festivo, ya tenemos la parafernalia montada y la diversión garantizada. Y si encima el evento se convierte en un eslabón que apacigüe la crisis que nos atenaza, miel sobre hojuelas.

Ciertamente no sé si Dios habita en el cerebro, pero de lo que si estoy seguro es que tenemos que racionalizar el torbellino de estos días. Necesitamos poner una pizca de sentido común a esta algarabía en que se ha convertido la Semana Santa. Necesitamos aceptarla como lo que realmente es: una expresión más festiva que religiosa, y un momento de relax emocional en medio de tanto ajetreo y tanto problema cotidiano. ¿Y dónde queda Dios en medio de todo esto?

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