Hacerse un Calvo

El Ejecutivo y el Legislativo no pueden cambiar las leyes tan deprisa como convendría para sus casos

Cuando menos lo esperaba, una esperanza. Aquí, cada vez que hablamos de división de poderes, damos por sentado que nos referimos a la difícil subsistencia de la independencia judicial. Pero eran tres: al Legislativo lo damos ya por muerto. En nuestro sistema, con su bancada azul, se identifican demasiado el Ejecutivo y sus apoyos automáticos en el Parlamento; salvo para el menudeo de los nacionalistas, que ésos siempre se llevan tajada.

Sin embargo, quizá lo que haya hecho el Poder Legislativo sea bajarse un escalón o dos. La fuente de las normas está, sin duda, en manos del Ejecutivo, o mediante decretos-leyes (que sería de extraordinaria y urgente necesidad limitar) o dando la orden a los serviles parlamentarios. Pero en la digna obediencia a la ley de los ciudadanos y, especialmente, de los funcionarios y, todavía más, si cabe, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, late la reserva del espíritu del Legislativo, como ha hecho patente el coronel Pérez de los Cobos. El Ejecutivo y su apéndice el Legislativo no pueden cambiar las leyes con toda la prisa que convendría para sus casos e intereses particulares. Se encuentran, por tanto, con que les molestan muchas leyes que ya estaban vigentes o que, incluso, habían aprobado ellos.

Técnicamente, eso es el Estado de Derecho, por supuesto; pero en un sentido lato se puede entender que ahí se ha acogido a sagrado el poder legislativo para mantener, siquiera sea al contraataque, una parcela de dignidad e independencia. Emboscado, puede cumplir en parte con su misión de controlar a los otros dos poderes, sobre todo, si puede apoyarse en la independencia del judicial.

Siendo cónsul, Licinio Calvo aprobó unas leyes (llamadas licinias) durísimas para quien especulara con la tierra. Luego, se apañó mucha tierra pública… hasta acabar condenado por las leyes que él había promovido. Es lo que podríamos llamar hacerse un Calvo. Ahora trae a la memoria a Pablo Iglesias, no por lo capilar, obviamente, sino porque después de hacerse pasar como víctima de las cloacas, resulta que quien tenía el pen de su asesora era él.

Hoy quienes cumplen su deber y las leyes ponen en apuros al Gobierno en todos los ámbitos. Sé que es duro lo que he escrito pero es lo que hay. Cuando necesitamos controlar con urgencia las extraordinarias tentaciones totalitarias del Ejecutivo, no es mucha esperanza, pero algo es, y mucha falta nos hace.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios