Rafael Castaño

Hambre

El mundo de ayer

Nuestra mirada es causa y consecuencia del tiempo que vivimos, es como una sombra esquiva que nos acompaña

01 de marzo 2024 - 00:45

En un interesantísimo libro, Cómo funciona la música, David Byrne, líder de Talking Heads, cuenta cómo el lugar en el que se interpreta la música determina su estructura rítmica y melódica. Los motetes de Bach debían ser armónicos y no presentar ninguna disonancia muy marcada entre notas cercanas, porque en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig el sonido reverbera, y el eco prolonga los sonidos, por así decirlo, más allá de lo debido. Del mismo modo, cierta música africana, que acompañaba reuniones al aire libre de carácter festivo, se sostenía sobre una red heterogénea de ritmos y cadencias, de sonidos, de modulaciones.

Es una idea en cierto sentido manida debido a la tantas veces citada frase de Marshall McLuhan sobre el medio y el mensaje. John Berger, en su famosa serie documental Modos de ver, nos contaba que el óleo, que hasta 1500 no había aparecido en la pintura occidental, pasó a ser la técnica dominante durante cuatro siglos debido a su excelente capacidad de representar fielmente los tejidos, las texturas, los brillos; es decir, la riqueza. La idea del poder, de la distinción, del prestigio, de la desigualdad, fue un importante motor del desarrollo del arte.

En el arte existe una tradición y existe una ruptura frente a esa tradición, y muchas veces no somos conscientes ni de la una ni de la otra. Nuestra mirada es causa y consecuencia del tiempo que vivimos, es como una sombra esquiva que nos acompaña. Nos dice lo que somos antes de que nosotros mismos lo entendamos. Por ejemplo, en los primeros años de la crisis de 2008 empezaron a aparecer programas en los que gente rica nos enseñaba su casa.¿Quién vive ahí? era uno de esos títulos. “Tú no”, parecían decirnos. Esos formatos, que dieron lugar más tarde a la eclosión de los programas de reformas, jugaban con la idea del deseo y de la posibilidad. La televisión, como la publicidad, no sólo muestra lo que somos, sino lo que no tenemos.

Tal vez lo que hoy más obsesiona a nuestra mirada es la comida. Últimamente, en series como The Bear o Nada, me he encontrado con muchos primeros y primerísimos planos centrados en alimentos y sus preparaciones, casi como si la cámara quisiera que los probáramos, como si quisiera que comiéramos, literalmente, con los ojos. El protagonismo absoluto de la comida y de su transformación en un objeto artístico simboliza la elegancia, la gracia, incluso la redención. Mirar una milanesa empaparse en huevo y pan rallado, un cuchillo sajar un tierno lomo de ternera o una especia caer dulce y caprichosamente desde las manos del cocinero es una experiencia artística o vital. La nuestra es, tal vez, una sociedad con hambre.

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