Crónica personal

Pilar / cernuda /

Hambre

LA noticia es sobrecogedora: casi tres mil niños de Barcelona no tienen más alimento que el que reciben en el colegio, donde desayunan, almuerzan y meriendan, sin que en muchos casos tengan un bocado en casa para la hora de la cena; y los gobiernos regionales de Andalucía y Canarias, quizá también otros, han tomado medidas para que en los días de vacaciones, o ahora que se interrumpen las clases por el verano, los críos puedan acudir al colegio para comer al mediodía, no sólo para hacer deporte en el patio o jugar con sus compañeros, como ocurre en algunos centros que no cierran.

El hambre ha aparecido en toda su crudeza. Y hablamos sólo de niños, un sector que despierta en todo el mundo un sentimiento de protección, de ternura, pero también entre los ancianos se están dando situaciones de igual penuria. Y ellos no tienen un colegio al que acudir para recibir un plato de comida sana y caliente.

Sólo quienes vivieron la posguerra recuerdan una situación parecida, pero en aquellos años se tenía la certeza de que era la consecuencia inevitable y dramática de la guerra civil, y que cuando se recompusiera el país y se empezaran a cerrar las heridas que partieron en dos la sociedad también desaparecerían el hambre, el frío y las enfermedades.

No se puede tolerar que los niños y ancianos pasen hambre en un país como el nuestro. Un país con seis millones de parados, es cierto, ahí está la causa de que miles de familias no tengan posibilidad de alimentar a sus hijos y abuelos; pero las administraciones públicas de ese país disponen de fondos suficientes para paliar esa tragedia. Haría falta que los responsables de los gobiernos central, autonómicos y locales, hicieran los ajustes necesarios para dar prioridad a las partidas que cubrieran las necesidades mínimas, y dejaran para mejor momento los eventos a mayor gloria de quienes los organizan, los viajes oficiales en los que no se van a conseguir grandes contratos, las fundaciones que no cumplen más función que dar un sueldo a personas afines al partido que gobierna o las subvenciones a organizaciones de dudosos objetivos.

Que miles de niños no reciban más alimento que el que le dan en el colegio obliga a las administraciones públicas a tomar medidas para que ese alimento no les falte cuando los colegios no están al quite. Y no valen argumentos como la escasez de fondos: cualquiera con un mínimo de sensibilidad es capaz de reorganizar el presupuesto de un ayuntamiento o un gobierno regional quitando euros de una partida irrelevante para dedicarlos a otra que es vital.

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