Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Esto lo he vivido yo antes. Cada vez que salta a la arena política un partido nuevo, y armando más ruido del que sería deseable a la hora de la siesta, se viven escenas de pánico. ¿O no nos acordamos ya de cuando apareció Podemos? No habían aterrizado en el Congreso cuando ya se estaba rumoreando lo que iban a tardar en prohibir las procesiones de Semana Santa; lo pronto que iban a imponer la dieta vegetariana en los colegios y a sustituir los encierros de San Fermín por carreras de sacos.

Pues ahora, para mantener el equilibrio, nos ha salido otra formación (que también surge del descontento popular hacia aquel bipartidismo sonámbulo de otras épocas), pero que llega desde el extremo opuesto. De manera que sus ideas, lejos de ser progresistas, han vuelto a provocar el pánico, solo que esta vez lo provocan con rumores también apocalípticos, pero de signo contrario: o sea, que a partir de ahora será obligatorio salir de penitente; que la comida vegetariana estará prohibida por ir contra la familia tradicional y ser germen del homosexualismo, y que todos los mozos en edad de cumplir con la patria tendrán que correr al menos un encierro de San Fermín antes de jurar bandera.

Los que estamos curados de espanto sabemos que en España hace décadas que hay partidos con líderes xenófobos (también llamados nacionalistas) y que incluso los hubo que disfrutaban cuando un comando terrorista le volaba la cabeza al que les llevaba la contraria. Así que tampoco nos vamos a sorprender porque hoy se presenten a las elecciones unos candidatos que consideran que Franco fue alguien así como Churchill pero más bajito.

Vox -que así se hacen llamar estos abanderados de una derecha sin postureo- no solo se presentaron a las elecciones andaluzas, sino que sacaron doce parlamentarios, que es la traducción a escaños de casi 400.000 votos. La reacción no tardó en llegar. A las pocas horas de hacerse el escrutinio, las calles se abarrotaron de gente chillando su indignación por lo que habían votado esos cuatrocientos mil andaluces. Y el cabreo es comprensible, pero entonces, si las urnas no valen, ¿cómo habría que decidir quién tiene que gobernar? ¿Por sorteo de bombos múltiples?

Es verdad que hay otras formas de elegir al mejor. En boxeo, por ejemplo, gana el que tumba al contrario de una buena tollina. Y en los concursos de comedores de hamburguesas, en vez de sacar urnas, se proclama vencedor al que se zampe más hamburguesas sin morir en el intento.

Por eso, a lo mejor en la política ha llegado el momento de plantear nuevas formas de escoger a los representantes del pueblo. Se puede sustituir el sufragio universal por algo más revolucionario, logrando así que, sin tanto jaleo de urnas y de papeletas, ganen los comicios, por ejemplo, los candidatos que más ruido hagan en una cacerolada contra el fascismo. O los que más escaparates rompan. O los que canten más fuerte el Cara al sol .Todo es cuestión de votarlo.

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