Hércules ajado

La economía y el vértigo empresarial pueden dañar a veces nuestro pasado más ilustre

Dejamos hoy, por ayer, al señor Torra tocando a rebato, llamando a su hueste a fer pais, y nos dedicamos a otro asunto de la mayor importancia: unas obras en el viejo edificio de Banesto han afectado al Hércules Farnesio que nos recibía, apoyado en una piel de león, a la entrada de la Academia de San Fernando. Este hecho, por lo demás lamentable, podría servirnos para señalar cómo la economía, cómo el vértigo empresarial, pueden dañar a veces nuestro pasado más ilustre. De otra manera, también podría servir para entonar un escueto y melancólico responso por el tiempo que se va, por el tiempo que nos devora y ya se ha ido. Y sin embargo, hoy querríamos recordar, no sólo al hermano mayor de este Hércules ajado, triunfante sobre una columna en la Alameda de Hércules, sino al modo mismo en que la copia farnesina, ahora en peligro, llegó a España por mano de Diego Velázquez.

Como digo, este Hércules de la Academia es copia de la copia romana -de un remoto original griego- que se descubrió en Roma a mediados del XVI. Dos décadas más tarde, ya existía un Hércules Farnesio, parejo de una escultura de Julio César, en el paseo del conde de Barajas. Según cuenta Plinio en su Historia Natural, esta costumbre de hacer copias de las esculturas, y la moda de sacar el parecido al modelo, fue invención de un Lisístrato de Sición cuya memoria y cuyas obras empiezan y acaban en las páginas de Plinio el Viejo. Por otra parte, es esa misma costumbre de copiar la Antigüedad, más la voracidad artística de Felipe IV, la que puso a Velázquez en Roma, encargado de seleccionar y dirigir el tráfico de obras, entre las cuales se hallaba el Hércules Farnese. Un siglo más tarde, del Habsburgo al Borbón, y de Felipe IV a Carlos III, será Rafael Mengs quien se encargue de idéntico cometido, a fin de proporcionar modelos a la Academia. En el caso de Velázquez, el sevillano aprovechó para inventarse la pintura a plein air, a la vista la Villa Médicis. En el caso de Mengs, aparte el esfuerzo de la expedición, quizá también trajera como discípulo a un hermano de Casanova, el grande e infortunado amador del XVIII.

Quiere decirse, pues, que el Hércules farnesino, fundador mítico de Sevilla, se halla algo quebrantado de salud, después de una travesía que implica, no sólo al mar Mediterráneo, sino al oscuro curso de los siglos. Desde la vieja Híspalis, que aún se mantiene en pie sobre las aguas, uno le desea una pronta reposición y una larguísima ventura.

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