Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Las heridas que sangran son difíciles de cerrar

Llevo muchos años, más de veinte, escribiendo artículos en esta sección, a la que titulé: ‘Tierra de nadie’. González, Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez… muchos, los que han pasado por la presidencia del Gobierno, muchos, los que han tenido la responsabilidad de ‘gobernar’ y, en varios casos, de hacerlo con las posibilidades que otorga el contar con una mayoría absoluta de diputados en el Congreso. Sin embargo, dejando un poco de lado los aciertos y errores, más o menos relevantes, que cada uno haya tenido, todos son culpables de no haber ‘gobernado’. Unos no lo han hecho porque no han sabido, otros, porque no han querido, pero todos pudieron; lo cierto es que, a estas alturas de nuestra película, nos encontramos con una nación a la que le falta, por encima de cualquier otro atributo, la conciencia y el orgullo de ser la nación que somos.

Los he criticado hasta la saciedad, a los gobernantes, los he puesto a caer de un burro, a parir… He clamado contra las arbitrariedades de unos y la ineptitud de otros, contra la soberbia y la vanidad de éstos y la prepotencia de aquellos… He puesto el grito en el cielo, jurado y blasfemado, despotricado, maldecido y renegado… Me he echado las manos a la cabeza -y a otras partes también, para que no se me cayesen al suelo de pura indignación-, he resoplado y criticado y denigrado… como muchos otros lo han hecho; pero aquí estamos, sumidos en la frustración más decepcionante, medio hundidos en la desesperanza por la sombra de un futuro que no merecemos, asqueados, saturados de ineptitud, ahítos de palabrería maquillada y hueca, cansados y muy cabreados.

Lo dramático de la situación a la que hemos llegado, por obra y desgracia de los mindundis que se han ido sentando en La Moncloa, son las nefastas consecuencias que, en el tiempo, van a tener debido a lo que está sucediendo hoy.Sólo D. Adolfo Suárez, luego… faltaron hombres de Estado, faltó generosidad y humildad, inteligencia y sensatez, amplitud de miras y fortaleza; demasiadas e importantes carencias, durante demasiado tiempo… lo pagaremos, y muy caro.Cuando llegue alguien con las capacidades resolutivas que necesitamos y pueda poner orden en el desorden, imponer la Ley, ¡a todos!, hacer que se respeten las Instituciones, ¡por todos!, y demostrar a los españoles que realmente vivimos en un Estado de Derecho que nos protege, ¡a todos por igual!; cuando esto ocurra, entonces aún tendrá que pasar mucho tiempo hasta que se cierren las heridas que se están abriendo durante los últimos años, en Cataluña, y las que se abrieron tiempo atrás, en el País Vasco; pero las vidas, las de todos, son muy cortas, apenas si dan para encontrarnos a nosotros mismos, ¿darán para reparar serios desencuentros con los demás?

A una persona se la puede herir de muchos modos, se le puede insultar, amenazar, agredir… pero hay algo muy difícil de perdonar e imposible de olvidar: cuando ignoran, secuestran o pisotean su dignidad; es lo que está sucediendo en Cataluña con todos los catalanes no independentistas; lo que ya ocurrió en el País Vasco con los ajenos a ETA y sus batasunos, con los no nacionalistas. Tendrán que pasar generaciones para que, una vez resuelto el conflicto, las víctimas del abandono institucional del Estado, de las agresiones de los cobardes y del olvido de parte de sus compatriotas, puedan llegar a superar, de modo suficiente y satisfactorio, la tremenda y penosa injusticia que padecieron.

Las heridas que sangran, lo hacen porque son profundas. Rompen la piel, sí, pero llegan más allá: han de seccionar arterias o venas para que la sangre se derrame, fuera de sus cauces naturales. Entonces, aunque los vasos sanguíneos se recompongan, aunque la piel se cierre, la cicatriz permanece y, las cicatrices, nunca dejan de escocer cuándo el tiempo cambia.

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