JEREZ ÍNTIMO
Marco Antonio Velo
Jerez: lluvia tras los cristales, hombre-robot y José Luis Jiménez
EN TRÁNSITO
EN situaciones de emergencia nacional, las cualidades que se le deben exigir a un político son las mismas que le exigimos al comandante de un avión cuando se encienden las señales de alarma: frialdad, serenidad, rapidez de reflejos y capacidad para trasmitir seguridad a la gente que depende de él. No mucho más, pero tampoco mucho menos. Y eso es justo lo que nos falta en la clase política que tiene que manejar esta crisis. Y es que nuestros políticos andan todo el día histéricos, gritones, amenazadores, gallitos y perdonavidas, como si fueran luchadores de pressing catch en vez de representantes de un país arruinado y al borde del rescate total. Y lo que más aterra en ellos es que ni siquiera parecen ser conscientes de la gravedad de la situación, ya que siguen gobernando pensando en las encuestas de popularidad y en las maniobras internas de sus partidos, algo que vendría a ser como intentar apagar un incendio en un rascacielos con una regadera.
¿Sabía Rajoy lo que se le venía encima cuando llegó al Gobierno hace siete meses? Parece que no. ¿Sabe Griñán lo que tiene encima? Parece que no. ¿Lo sabe Valderas, su socio de gobierno? Parece que tampoco. Todos se comportan como si viviéramos una situación normal, cuando la situación que vivimos es una emergencia sin precedentes. Y ya me gustaría ver a mí a los protagonistas de Perdidos teniendo que pelearse cada día con la prima de riesgo y el copago de los medicamentos y la falta de liquidez para pagar las nóminas, en unas instituciones europeas que crearon una moneda común sin una fiscalidad única ni una banca común, lo que equivale a colocar los cimientos de una casa de quince pisos en una zona de arenas movedizas.
¿Es normal que el Gobierno central no sea capaz de pactar un paquete de recortes con los consejeros autonómicos? ¿Es normal que esos consejeros autonómicos no sean capaces de llegar a un acuerdo de mínimos con el gobierno central? Mientras el barco se hunde, el capitán y el contramaestre -o más bien sus 17 contramaestres- discuten durante horas sobre si la vía de agua está a babor o a estribor, sin que ninguno se acuerde de dar la orden de lanzar los botes salvavidas. Pero España es un país que parece incapaz de hacer frente a un peligro común sin dedicarse a buscar un culpable interno al que echar las culpas. Nuestra larga tradición de persecuciones religiosas y de guerras civiles parece condenarnos a los estériles enfrentamientos intestinos. Y así vamos. Al borde del rescate total, todavía fingimos ser hidalgos que tienen la despensa llena y que pueden rechazar cualquier imposición ajena, por mucho que llevemos meses echándonos migas de pan en la barba para aparentar que hemos comido muy bien. Hay que ver lo listos que somos.
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