HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Homosexuales italianos

VIVIMOS una época en la que se confunden las cosas hasta desconcertar. Los homosexuales italianos acusan a la Iglesia Católica de no querer ceder ante determinadas pretensiones sexuales de los susodichos. ¿Qué quieren que diga la Iglesia sobre este asunto? La doctrina moral de una religión es la que es, con matices según los tiempos, y el que no quiera estar en ella que apostate, y el que nunca tuvo creencias religiosas no tiene por qué enmendarle la plana ni a la Iglesia Católica ni a la Ortodoxa Rusa, ni a ninguna religión a causa de sus doctrinas morales. Con borrarse o con no apuntarse está resuelto el problema. Las críticas a las iglesias, y a las religiones en general, deben venir desde dentro y no desde fuera. Quienes no somos sintoístas, ¿protestamos acaso por ciertos escrúpulos del sintoísmo?, ¿alzamos la voz porque los musulmanes, aunque lo beban, tengan el vino prohibido?

Los homosexuales italianos y los de todo el mundo civilizado (en el no civilizado están los armarios llenos y las horcas preparadas) deben protestar y hacer manifestaciones en aquellos países que condenan a muerte a los homosexuales, o que los marginan para desempeñar determinados cargos, o los evitan como leprosos o niegan su existencia. En esos sitios no es fácil protestar porque la horca es democrática y todos los ciudadanos tienen derecho a ella. Pero, ¿en Roma? Las minorías se han creído que van a apabullar a las mayorías. No se deben confiar en que tanta tolerancia vaya a prosperar durante mucho tiempo. Las minorías deben ser respetadas, tenidas en cuenta, pero no pretender salir de los armarios con los zapatos de tacones y el chaquetón de astracán de su madre, ocupar un lugar ya ocupado y querer imponerse con denuncias y acusaciones, e incluso delaciones, de homofobia.

La homofobia, si existe en determinados ambientes populares, la curará el tiempo. En los círculos cultos y elitistas no hay homofobia, salvo que el homosexual quiera ir de loca extravagante y pedir ser aceptado tal cual. La homosexualidad no es saco cerrado: entre Sócrates y un mariquita popular de barrio hay una diferencia de calidad, de cultura, de prudencia, de discreción y hasta de homosexualidad. De manera que no se líen los conceptos ni se quiera meter a la Santa Iglesia en asuntos que deben quedar en la conciencia particular de cada cual y en el ejercicio de la libertad que da el poder elegir un modelo de vida, aunque esto solamente sea posible en muy pocos países del mundo. Preocúpese la homosexualidad militante en desterrar de su vocabulario la cursilería del eufemismo gay y de protestar con contundencia por las ejecuciones de homosexuales en Irán, y no quieran afear una condición que no se elige sino que se acepta dignamente y se da a respetar sin necesidad de las bendiciones de nadie.

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