Crónica personal

Alejandro V. García

Huérfanos de 'El Tomate'

PARA qué nos vamos a engañar; vamos a echar muchos de menos Aquí hay tomate, El Tomate. ¡Todos! Quienes lo veían con placer y quienes huían espantados; quienes lo elogiaban en secreto y quienes lo repudiaban en público; los espectadores fijos y los ocasionales. Y es que, desde hace muchos tiempo, El Tomate dejó de ser un programa infecto de televisión para convertirse en un concepto moral que los españoles habíamos incorporado a nuestro léxico de ética práctica y usábamos con absoluta contundencia y eficacia normativa. Un comodín nacional de indecencia que, como todos los comodines, nos ahorraba los matices.

Se decía, por ejemplo, "esto es peor que El Tomate" y todos sabíamos interpretar qué significaba esa hipérbole. O bien: "Fulano es de lo que no se pierden El Tomate", y rápidamente dictábamos un juicio sobre la honestidad de Fulano que lo confinaba para siempre en el correspondiente círculo del infierno: el de la ordinariez. No hacía falta ver a diario El Tomate para hablar de El Tomate, de la misma manera que no es menester haber examinado y tocado la Vergüenza o la Verdad para juzgar lo que es vergonzoso o verídico.

En este sentido es en el que vamos a añorar El Tomate. Era muy útil tener un referente de inmoralidad absoluto e indubitable. Yo no he escuchado a nadie interrumpir a otro en una conversación para censurarle su poco aprecio por el programa en cuestión, qué va. Siempre que se mencionaba El Tomate se creaba un clima de concordancia transversal que estaba por encima de izquierdas o derechas.

El Tomate ha sido un concepto especialmente útil para disculpar todos los programas de televisión perniciosos o mediocres que abundan en las cadenas públicas y privadas: siempre había un modelo de chocarrería superior. De hecho, la mayoría de las cadenas han inventado imitaciones pero nunca tan unánimemente diabólica como la canónica. El Tomate funcionaba como la Idea platónica del mal gusto audiovisual de la que participaban decenas de espacios vulgares. ¿Qué va a pasar con ellos ahora que el modelo absoluto de tosquedad ha desaparecido? ¿Bajo qué paraguas van a cubrir la zafiedad de sus contenidos?

Del mismo modo cabe preguntarse cuál va a ser a partir de ahora el concepto de televisión basura. Si los contenidos de El Tomate eran la quintaesencia de la curiosidad malsana, del gusto por el embuste, etcétera, etcétera, ¿cuál va a ser ahora su legítimo heredero? ¿Habrá que bajar los niveles de inmundicia? ¿Qué disculpa usarán los programadores para disimular la vulgaridad? ¿Con qué supliremos el concepto de tomate en nuestro vocabulario? Lo echaremos de menos.

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